octubre 2022

Llevábamos razón

No hemos nacido para redimir a la sociedad, al pueblo; nadie nos lo ha pedido. Los redentores se acaban cuando tienen que bajar del púlpito y enfrentarse a la realidad

Felipe González y Alfonso Guerra / Europa Press (Foto de ARCHIVO)

Milito en un partido, el PSOE, del que me siento profundamente orgulloso. Yo milito en un partido que consolidó la democracia en España. A partir del año 1982, los gobiernos socialistas fueron capaces de cimentar un sistema democrático que llevaba cinco o seis años en vigor pero que se tambaleaba como consecuencia del terrorismo etarra y de los intentos de golpe de Estado; el más conocido, el del teniente coronel Antonio Tejero. Yo estaba allí. Nadie me tiene que convencer de nada. Aquello era todo menos una farsa. Si los Geos hubieran decidido entrar a sangre y fuego, como se pensó en determinado momento, la sangría hubiera sido espectacular y el golpe hubiera triunfado. Para quien dude del peligro que corrió la democracia, debe saber que ese no fue el único intento para acabar con la libertad. Ya se amagó antes con la Operación Galaxia y, después con otras intentonas como la de la noche del 28 de octubre de 1982 y la del Día de las Fuerzas Armadas, en Zaragoza, cuando se pretendía volar la tribuna de autoridades con la familia Real al completo y parte del Gobierno con su presidente a la cabeza. Gracias a la acción del gobierno socialista el golpismo es un mal recuerdo y la democracia que heredaron quienes vinieron detrás de los gobiernos de Felipe González está consolidada.

Tender puentes

Algunos pensarán que rompiendo puentes resulta más seguro mantener en tu orilla al electorado que te votó en ocasiones anteriores. Resulta difícil pasar al otro lado si los puentes se han volado

Visité Santiago de Compostela este verano. A los políticos gallegos se les entiende todo cuando hablan porque lo hacen en el idioma común, en castellano. Cuando lo hacen en gallego, también se les entiende. Muchos de ellos a lo más que llegan es a sustituir el artículo “la” por la preposición “a”.

Después de haber estado 24 años expuesto a la mirada y comentarios del respetable, los más veteranos siguen reconociéndome dentro y fuera de mi región. En Galicia son muchos los gallegos que se dirigen a mí por la calle con absoluta normalidad y, en muchas ocasiones, con gran confianza y naturalidad. Vean si no las situaciones que viví en Santiago de Compostela. Estaba con mi mujer esperando en un paso de cebra a que el semáforo se pusiera en verde para dar preferencia de paso a los peatones. Debió ser de esos que tardan un siglo, porque algunos de los que esperaban, como nosotros, se lo saltaron ante la ausencia de vehículos de motor. Visto lo visto, decidimos romper la regla, con tan mala fortuna que una señora que estaba en la acera de enfrente me dijo con sorna y gracia: ”Pero, bueno, Sr. Ibarra, ¿usted tampoco respeta la norma?” Desde entonces no he vuelto a saltarme un semáforo ni siquiera a las cuatro de la madrugada, cuando por no pasar por la calle, no pasan ni los gatos.

Viva la España de los ‘perfectos’

Viva la España de los ‘perfectos’ / Rosell

El pasado 29 de septiembre se publicó en un periódico digital una crónica que firmaba una periodista del corazón, haciéndose eco de una información que escribía otra periodista en su blog de la revista Lecturas, que, a su vez, se hacía eco de lo que, al parecer le relató una persona que estuvo presente en la recepción que ofreció el rey británico, Carlos III, el pasado día 18 del mismo mes, en el Palacio de Buckingham a los invitados al funeral por la difunta Reina Isabel II.

No sé a qué facultad o escuela de periodismo habrán ido las citadas más arriba. Una no tiene inconveniente en contar lo que cuenta otra, que a su vez cuenta lo que le contó otro, un invitado que, según dice una de ellas, al parecer estuvo allí. Vamos, lo contrario de lo más elemental en periodismo. Alguien no tiene inconveniente en difamar a otra persona con el solo argumento de lo que cuenta una tercera a la que le contó algo un cuarto. Un cuarto al que nadie conoce por lo que los lectores tenemos todo el derecho a dudar de la veracidad de lo cotilleado. Como no sabemos quién es el testigo, no podemos saber si estuvo o no estuvo en la recepción.

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