Se propuso vencer al tumor maligno que se ubicó en una parte de su menudo cuerpo. ¡Voy a por él! me dijo cuando le indicaron el tratamiento a seguir. Y a por él fue. Y le ganó la batalla. Y volvió a sus quehaceres locales y provinciales. Nadie en la capital del reino le avisó de que el tumor vencido había enviado parte de su ejército a otros órganos de su debilitado cuerpo.
Cuando en Cáceres se percataron del traidor ataque, la paciente pidió explicaciones a Madrid. El coronavirus -que a tanta gente ha matado y mata- mató, también, la atención de la sanidad madrileña que solo tenía ojos para la pandemia. Se volvieron ciegos ante otros enemigos que también matan sin trastornar la economía. Siempre he defendido que todos tenemos el derecho a equivocarnos honradamente y ningún derecho a cometer errores por desidia o falta de profesionalidad. No puedo afirmar que ese olvido pudo haberle costado la vida a Charo. No me ampara ningún conocimiento científico para afirmarlo o negarlo. Sí puedo contar que Charo me confesó que había perdido la fe en sus fuerzas y creyó que el despiste médico terminaría por fortalecer al tumor y por debilitar su moral.
Nunca sabremos si Charo pudo ganar por segunda vez. Solo sabemos que perdió. Y con ella perdimos todos cuantos teníamos a Charo como referente. No era feminista porque Charo era socialista. “Una socialista lucha por la igualdad de los seres humanos; no conviene reiterar lo evidente. ¿Cómo se puede ser socialista y no defender la igualdad de hombres y mujeres?” me dijo en una ocasión a propósito de un debate sobre feminismo y socialismo.
No defendía la provincia como espacio cerrado en competencia con otros espacios. No defendía a Cáceres frente a Badajoz. Ese -decía Charo- es el discurso cateto de la impotencia. Ella procuraba que cualquier política no atropellara derechos y oportunidades de cualquier ciudadano, sin que ninguna raya provinciana o local otorgara más o menos posibilidades a los ciudadanos. “Un socialista no se fija en el espacio geográfico en donde nace o vive una persona, sino en sus circunstancias y en sus necesidades”, le oí decir en una jornada sobre política territorial. “Llorar por llorar no tiene lógica en la lucha que nos hemos impuesto. Si no queremos que se independice la llamada España vaciada, habrá que hacer políticas que eviten que los pueblos se vacíen totalmente. Un pueblo vacío es como si ese pueblo se hubiera independizado”, me contó el día en que la telefoneé desde la presidencia de la Junta de Extremadura para comunicarle la decisión que habíamos tomado de reabrir las aulas en Romangordo para que los niños de su pueblo tuvieran unas posibilidades educativas similares a las de los niños de otros pueblos de Extremadura. Me dijo que era la noticia que más feliz le hizo. “Ahora entiendo por qué dijiste un día que no te sentirías verdaderamente gobernante hasta que no transfirieran a la Junta las competencias educativas”, me comentó con gran satisfacción.
No he conocido a ningún cargo público socialista que no haya tenido defensores y detractores. Por muy buen político que se sea, siempre se tendrá un porcentaje de militantes que no comulguen con esa dedicación. Solo he conocido a una persona que no fue discutida por nadie dentro del partido. Se llamaba -y mira que me cuesta utilizar el verbo en pasado- Charo Cordero. Jamás escuché a nadie hablar mal de Charo. ¡¡¡A nadie!!! ¡Y cuidado que es raro que eso ocurra en un partido! Así era Charo, una militante socialista querida por todos y una alcaldesa votada por casi todos sus vecinos.
Charo sencilla, amable, cariñosa, comprensiva, humilde y con una oratoria que rezumaba verdad. Como dijo D. Antonio Machado de Pablo Iglesias al escucharle hablar en los jardines del Retiro: “Parece que es verdad lo que ese hombre dice”, cuando oíamos hablar a Charo, no solo parecía, sino que sonaba a verdad lo que ella decía.
Quienes la conocían entendían perfectamente quien había sido, sabían las cosas que había hecho y cómo había vivido. Su lucha ha sido la lucha de tantas mujeres y hombres por la libertad, la democracia y la igualdad. Su figura política fue creciendo hasta que adquirió su verdadero tamaño. Hubiera crecido mucho más si hoy pudiéramos seguir hablando de Charo en presente. El recuerdo de Charo Cordero me hace odiar los verbos conjugados en pasado.
Yo me uno al pesar de todos los socialistas que lo llevan muy adentro por la pérdida de esta luchadora de corazona
Jamas t olvidare y doy gracias a Dios por haberme concedido tu presencia en mi vida siempre seras el referente en mis decisiones. Humilde ,sincera y honesta
A las pruebas me remito con este legado q nos has dejado tu querido pueblo Romangordo
Charo no t digo adios me despido con un
Hasta luego
Somos testigos de que su amor al prójimo y a la igualdad de derechos estaba más allá del azar de haber nacido en algún lugar de la geografía planetaria. Su lucha y compromiso cruzó el océano y se instaló también en nuestros corazones. Lindas palabras para una mujer extraordinaria. Y si, duele hablar en pasado.
Cuanto,aprender de su legado, como ser humano
Señor Rodriguez Ibarra, suscribo casi todas sus palabras. No obstante, los ciudadanos valoramos a los políticos por sus hechos, más que por sus palabras. He seguido su trayectoria política y fuera de la política y le puedo decir que le tengo mucho aprecio, por lo que ha hecho y dice, pero creo que no ha sido acertado, en este momento, criticar la sanidad de otra comunidad, cuando muchos extremeños tenemos que acudir a ella cuando padecemos enfermedades graves, quizás hubiese que criticar porque la sanidad extremeña no puede atendernos en esas ocasiones o porque los socios de gobierno del partido, en el que nuestra querida y apreciada Charo ha militando y continuará militando, allá donde esté, no están de acuerdo en que un señor llamado Amancio Ortega done aparatos para luchar contra esta enfermedad. Un vecino de Romangordo que le aprecia y desea feliz año, al igual que continúa apreciando a Charo.
Una gran mujer que a familias como la mia nos dio un futuro. Parte de mi familia. Se ha ido una parte de mi. Siempre estará en nuestro corazón.