Feijóo se fue a Italia a hablar con Meloni. Todos sabíamos que iba a aprender de los éxitos contra los inmigrantes del gobierno que ella preside. Al parecer, con la actual primera ministra italiana los inmigrantes han dejado de llegar a las costas italianas de la manera numerosa a como lo hacían con anterioridad a su gobierno. No es seguro que las lecciones de la señora Meloni sirvan para que puedan ser defendidas por un partido de centro derechas como ha sido hasta ahora el PP.
Nadie debería ver mal que los demócratas hablen con quienes defienden una política populista, racista y xenófoba. Lo malo sería que quienes así lo hicieran –y hacen bien- vuelvan hablando de ese asunto de la misma manera que lo hacen los racistas.
La inmigración es un fenómeno que solo se puede detener si se es capaz de llegar a entender las causas que lo provocan. Y no me refiero a los hechos procedentes del colonialismo que extrajo de esos territorios buena parte de la materia prima que atesoraban en su seno. No es a eso a lo que me refiero. Resulta difícil entender que un inmigrante prefiera recorrer tres mil kilómetros por desiertos y por zonas en guerra o gobernadas por tribus enfrentadas, pagando de dos mil a tres mil euros a traficantes que nunca les garantizan la llegada a buen lugar. Cualquiera piensa que les resultaría menos peligroso, más cómodo y más barato obtener en cualquier agencia de viaje un pasaje de avión y, por doscientos o trescientos euros, plantarse en Madrid.
Surge un pequeño problema: en los consulados de algunos países africanos resulta imposible obtener ese visado, bien porque está privatizado ese servicio o por desidia a la hora de contestar a las demandas de quienes quieren venir a Europa con todas las de la ley.
Sería en ese capítulo en el que debería insistir el Sr. Feijóo. Ahí aprendería mucho más que en los despachos de la señora Meloni. Y haría un enorme favor a España y a tantos hombres y mujeres que desean buscar un futuro que se les niega en sus países de origen.
Nadie desea arriesgar sus vida y la de los suyos metiéndose en un cayuco, pudiendo viajar tranquila y ordenadamente, si se atendiera con presteza a tanta gente a la que les falta el aire y la libertad.
Quien quiere venir a disfrutar de una educación, de una sanidad, de una democracia y de la libertad lo hará si se ahoga en su entorno, aunque ese intento le conduzca en demasiadas ocasiones a ahogamiento en nuestros mares. Ningún niño de los que perecen en las travesías tiene la culpa de haber nacido en la orilla equivocada.
Perfecto Juan Carlos.