La nacionalidad, en este caso la española, es algo que se adquiere con el nacimiento y/o la inscripción en el Registro Civil. Puesto que no se trata de un sacramento, debemos concluir que la nacionalidad española no imprime carácter, de donde se infiere que aquellos que no la quieran deberían individualmente pedir su renuncia a ella, sin pretender arrastrar a todo un pueblo a esa renuncia. En caso contrario se entenderá que quienes afirman no sentirse españoles quieren ser españoles. ¡Como se quiera! ¡Con las diferencias que se quieran!, incluido el ser español no practicante. Y los españoles, por muy diferentes que seamos, somos todos iguales ante las leyes. Español o no español, ésta es la cuestión.
Nadie está obligado a aceptar la España de hoy tal y como es; y los españoles – individual o colectivamente- estamos legitimados para plantear cualquier debate o reivindicación que tenga por objeto modificar, ampliar, reformar determinadas estructuras. Lo que no podemos aceptar, y no aceptamos, es que, desde una posición que reniega de lo español se pretenda reducir, dividir o erosionar el territorio español. Estamos dispuestos a discutir de igual a igual cualquier idea brillante o descabellada que pretenda mejorar la empresa que tenemos entre manos. No estamos dispuestos a discutir con nadie la división o el empequeñecimiento de esa empresa. No se trata de una cuestión cuantitativa; España, desde 1650 hasta hoy, no ha hecho más que perder territorio de un imperio donde no se ponía el sol. Se perdieron los Países Bajos, el Milanesado, Nápoles, las grandes colonias americanas, las pequeñas colonias del sudeste asiático y Cuba, Puerto Rico y Filipinas y territorios del norte de África. Hoy somos una nación mucho más pequeña que la que se dibujó en el reinado de Carlos V y Felipe II, y la vida nos ha ido mejor ahora que cuando no había sombra capaz de oscurecer la grandeza española. España tiene 505.000 Kilómetros cuadrados y Cataluña, 32.000. Si Cataluña se independizara -cosa imposible- España sería algo más pequeña en su dimensión territorial los españoles seríamos menos ricos. Y así también se podría vivir, porque existen muchos países con dimensiones menores y rentas per cápita inferiores. Sí podríamos vivir, pero no podríamos vivir en libertad si permitiéramos que destrozaran la Constitución que declara y protege nuestra nación. No querríamos vivir sin Cataluña, pero podríamos. Lo que no podemos ni queremos es vivir sin libertad.
Ése es el desafío al que quieren llevarnos y en ese desafío ganamos, sin duda, los constitucionalistas. Ya hemos ganado porque Torra acabará su servil mandato sin haber dado un palo al agua con la asignatura de «Si yo llegara a la conclusión de que no puedo llevar a este país a la independencia, yo me marcharía”.
Ole ole y ole , ALTO Y CLARO
Mejor explicado imposible . Me declaro ferviente seguidor del Sr. Rodrigiez Ibarra
Efectivamente, podríamos vivir perfectamente sin Cataluña pero no queremos. No vamos a quedarnos sin esa parte de España porque unos cuantos digan que quieren irse., Aunque cada vez estoy más convencida de que ni quieren irse ni nada, que lo que quieren es dar más bien la lata y a ver qué saco con el cuento de qué me voy a ir.