La farola apagada

Pasó el 28 de octubre de este año de 2023. Ese día se cumplieron cuarenta y un años de la impresionante victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982. Doscientos dos diputados resultaron elegidos por la ciudadanía en las distintas provincias españolas. Cuando el método de recuento de papeletas no era tan sofisticado como lo es actualmente, el entonces Ministro del Interior, encargado de anunciar el resultado de esas elecciones, atribuyó a eso de las dos o tres de la madrugada la cifra de 201 diputados para el PSOE. El responsable de la campaña electoral socialista y dirigente del PSOE, Alfonso Guerra, compareció inmediatamente para afirmar que el resultado era el que él había comunicado (202 diputados). “Mañana aparecerá el que falta” afirmó rotundo. Y, efectivamente, al día siguiente el Ministerio del Interior tuvo que rectificar sus datos y aceptar los de Guerra.

Alfonso Guerra (EFE/Daniel González)

Cuando en 2019, el PSOE realizó una brillante exposición conmemorativa de los 140 años de fundación del PSOE, la imagen de ese inteligente e imprescindible dirigente socialista que es Alfonso Guerra no aparecía entre las numerosas instantáneas que adornaban la exposición. Aquello resultó un enorme esfuerzo de ocultación que condujo a la melancolía. Las veces que visité la exposición siempre escuché la voz de visitantes a la misma que se extrañaban por la ausencia de la figura de Alfonso Guerra. Si hubiera habido alguna fotografía suya, seguro que hubiera pasado mucho más desapercibida que habiéndose caído del cartel.

Esa experiencia me recordó lo que me contó un día un alcalde de un pueblo. Había gastado parte del presupuesto municipal en iluminar una larga calle del extrarradio que llevaba años casi en la absoluta oscuridad. La calle quedó perfectamente iluminada con todas sus farolas encendidas. Un día una de las farolas no encendió su bombilla. El alcalde se quejaba porque los paisanos que paseaban por esa calle, con más de cuarenta farolas encendidas solo veían la que estaba apagada. Cuarenta encendidas y una apagada y sólo se fijaban en la apagada.

Es un error pretender apagar una de las farolas que más luz dio a un partido que como el socialista fue capaz, bajo la dirección y el liderazgo de Felipe González, de sacar a España de la penumbra en la que se había sumido después de los primeros años de iluminación de una democracia recién estrenada. Esa circunstancia debería servir de ejemplo para cuantos pretendan apagar o borrar la imagen de quienes, con sillón o sin sillón, con más o menos edad, mantienen la autoridad política y moral que se ganaron a pulso desde que resucitaron y dieron vida, a finales de los años 60 del siglo pasado, a un PSOE que había quedado herido de muerte a consecuencia de las secuelas de la guerra civil y de la dictadura posterior. Con esto no quiero situarme en el mismo nivel de quienes faltan al respeto a figuras de las que debiéramos sentirnos orgullosos quienes militamos en el socialismo democrático, sin que los que tienen la responsabilidad de preservar la herencia que recibieron aborten ese tipo de ocultamiento o esa repugnante retahíla de insultos procedentes en ocasiones de quienes sangran todavía por sus manos como consecuencia de las llagas que se formaron por la intensidad de sus aplausos ante la presencia de Felipe o de Alfonso.

Tratar de acallar las voces de quienes no tienen sillón, es el peor mensaje que se puede enviar a quienes tengan pensado comprometerse en un proyecto socialista. “O mandas o te callas” es un mensaje autoritario que no debería tener sitio en las filas de un partido que defiende la libertad. No tener cuotas de poder en el seno del PSOE nunca significó no mantener la condición de ciudadano, lo que conlleva la capacidad de pensar y exteriorizar lo que se piensa cuando lo que está en juego es el futuro de tu país, de tu partido y, tal vez, el tuyo personal. Haber renunciado a cuotas de poder o de sillones no significa renunciar a la responsabilidad que por experiencia y por haberlos ocupado se debe exigir y nos exigimos a nosotros mismos. Tal vez, algunos no sepan, por ser novicios, que Ramón Rubial no tenía ningún sillón institucional, pero era la voz más respetada en el PSOE por su antigüedad y por los servicios que prestó al Partido Socialista, a la democracia, a España y al socialismo.

En mis tiempos, ser progresista consistía sobre todo en defender la libertad de expresión. Los reaccionarios eran los que pretendían silenciar esa libertad. Algunos olvidan o desconocen que el lema del PSOE en las elecciones de 1977 fue “Socialismo es Libertad”. La libertad de Olof Palme, de Billy Brandt, de Nenni, de Krensky, de Felipe, de Alfonso. Es intolerable que algunos socialistas defiendan que hay una edad de jubilación para la defensa de las propias convicciones.

Como dijo Carlos Alsina al recibir el Premio de periodismo Francisco Cerecedo, “siempre hay alguien que manda callar”.

2 comentarios en “La farola apagada”

  1. Genaro González Carballo

    No puedo estar más de acuerdo con la exposición que el Sr. Rodríguez Ibarra realiza en este escrito. Muchos votantes socialistas como yo, desde que a comienzos de los 80 votamos por vez primera, nos sentimos defraudados por mensajes y formas de actuar que nada tienen que ver con lo que se debe defender, con honestidad y con la fuerza de la razón.

  2. El PSOE actual ha quedado reducido a unas siglas sin contenido. Blanco o negro, no importa, lo que diga el líder autocrático. La palabra dada carece de compromiso, lo que interese en cada momento. Las directrices políticas de los Congresos Son una pesada carga del pasado que está ahí como papel mojado. El que discrepe es un apestado, que se vaya, que estorba

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