Nadie en su sano juicio puede estar satisfecho con el estado de cosas que ha provocado la aparición de un virus criminal, contagioso e infeccioso. Quienes más están sufriendo sus consecuencias son los familiares de quienes han perdido a un familiar o a un amigo que la enfermedad se llevó a la tumba cuando no había perspectivas de que eso pudiera ocurrir tres meses antes. Les siguen quienes han pasado o están pasando le enfermedad en un hospital en habitaciones aisladas o en Unidades de Cuidados Intensivos. A continuación, aquellos profesionales que directa o indirectamente han tenido que verse las caras con enemigo tan invisible. Y, finalmente, el resto de la población que, temerosos por los estragos producidos o por producir, hemos aceptado el confinamiento y las consecuencias que para cada uno de nosotros y para el país va a suponer ese aislamiento.
Una vez que las cifras de contagiados, fallecidos y curados han bajado y subido, el Gobierno ha comenzado un proceso de desconfinamiento con la prudencia y el temor que ese proceso conlleva. Primero fueron los menores de 14 años los que
comenzaron a pisar la calle y, desde el sábado pasado, el resto de la población en horarios diferentes en función de las edades y la actividad a realizar.
Cuando el Ministro de Sanidad anunció las medidas que entrarían en vigor a partir del 2 de mayo, estableció un tramo de edad hasta los 14 años y otro de 14 en adelante. Fue el Secretario de Estado de Comunicación el que añadió un tramo
más: hasta 14 años; de 15 a 69 y de 70 en adelante. Cada uno de esos tramos con compañías y horarios diferentes.
Como pertenezco al tramo de más de 70 años, me veré obligado a salir con gente de esa edad y con dependientes. Se supone que nadie podrá averiguar la edad en los dos primeros tramos, pero todo el mundo sabrá que quienes paseen de 10 a 12 y de 19 a 20 horas es porque tienen más de 70 años, es decir, viejos, equiparados a dependientes. El Gobierno, queriendo proteger la salud de todos, lo que está consiguiendo es deteriorar el estado emocional de las personas que hemos pasado la línea de los setenta, confundiendo dependencia con edad.
Ya sabemos que a partir de ese tramo de edad, quienes lo hemos rebasado nos encontramos en la sobremesa de la vida. Pero debo recordar que hay sobremesas que duran más que el almuerzo. Nada está escrito, ni siquiera el hecho de que
porque un alto porcentaje de fallecidos sean de ese tramo de edad, eso signifique que los más mayores son más vulnerables por los efectos del coronavirus. No es cierto. Si la autoridad educativa clausuró las clases cundo empezó la crisis sanitaria, fue para dejar vacías las aulas en las que se hubieran contagiado miles de alumnos de haber seguido con el horario lectivo normal. Si esa medida se hubiera podido tomar con las residencias, y los residentes hubieran podido salir de esos centros, el nivel de contagio y fallecimiento de mayores de 70 años no hubiera alcanzado el nivel actual. No se entiende, por tanto, que a los más veteranos se nos obligue a pasear a un horario donde no podamos ver niños y jóvenes que dan alegría y vitalidad a quienes, por experiencia y por edad, necesitamos una relación de correspondencia con todo el entorno social y no solo con dependientes, septuagenarios y octogenarios.
El Gobierno debería recapacitar y volver al tramo de edad que inicialmente propuso el ministro de Sanidad, porque existen personas mayores y personas mayores dependientes. No veo ninguna razón para confundir a unas con otras, porque la edad no tiene nada que ver con la dependencia.