Quienes estamos en la sobremesa de nuestras vidas y hemos militado o militamos en el PSOE sabemos lo que es padecer los ataques de quienes no conciben el gobierno de España en manos de los que ellos consideran antipatriotas o rompe patrias. En algunas ocasiones, nuestros errores o comportamientos impropios de quienes debemos mantener una línea recta en nuestra conducta privada y pública han llenado de proyectiles el arsenal de quienes están preparados para arrojárnoslos a la cara a la menor ocasión que se presente para desacreditarnos como gobernantes.
Y una de esa ocasiones las tuvimos que soportar como consecuencia del comportamiento indigno de altos cargos públicos que, militantes o no del PSOE, llenaron de oprobio a los socialistas y de vergüenza ajena a quienes habían depositado en nosotros su confianza. Era difícil salir a la calle sin que alguien no te echara en cara el comportamiento del que entonces defraudó la confianza en él depositada como Director General de la Guardia Civil o que pretendiera avergonzarte con el manejo impropio de quien era Gobernador del Banco de España. Fueron muchos los sinsabores y mucho el dolor que sentimos quienes más sufríamos la desvergüenza de quienes nos desacreditaban como opción fiable y confiable.
En otras ocasiones, el dolor por el asesinato de algún afiliado socialista a manos de ETA enardecía los estados de ánimo de quienes no entendíamos por qué seguían matando guardias civiles, policías nacionales, empresarios, periodistas, cargos públicos de los partidos constitucionalistas y un largo etcétera. En el funeral por la muerte de Enrique Casas, senador y dirigente socialista del PSE, los ánimos se exacerbaron de tal manera que los allí congregados decidimos ajustar cuentas con los amigos de los asesinos etarras. Tuvo que ser la viuda de Enrique, Bárbara Dührkop, Txki Benegas y Nicolás Redondo Urbieta quienes exigieran tranquilidad y el aguante necesario para evitar la confrontación civil.
En cualquiera de esas ocasiones, los socialistas supimos mantener el tipo, aguantar carros y carretas y huir del ojo por ojo que tan caro hubiera salido a la sociedad española, ya de por sí muy cansada del enfrentamiento entre españoles.
Y ahora, en estos momentos tan complicados y tan difíciles, de nuevo, los gobernantes están siendo sometidos a presiones en la calle como pasó en los tiempos rememorados más arriba. Vuelven los escraches y muchos experimentamos un sentimiento de solidaridad con los increpados y con sus familias y un desprecio por quienes siguen sin aprender que la convivencia no se fortalece con agresiones sino con diálogo y votaciones. Quienes otrora practicaron los escraches y la intolerancia no aceptan que, ahora, sean ellos los receptores de semejantes tropelías. No creo que ni antes ni ahora ese trato vaya en el sueldo. Lo que sí va en el sueldo es no conducir a los españoles a enfrentamientos cainitas. Y se induce al enfrentamiento cuando se hacen declaraciones del tipo “si hoy me lo hacen a mí, mañana puede ser que se lo hagan a tal político o a tal periodista”. Claro que un escrache se lo pueden hacer a cualquiera, pero si otro cualquiera entiende que lo que se le está diciendo es que ¡“a por ellos, oé!”, queriéndolo o no lo que se está predicando es el enfrentamiento y la discordia. Si uno no está capacitado para limpiarse con la mayor dignidad posible la mancha del traje provocada por el huevo roto tirado por un insensato, lo mejor que puede hacer es abandonar el cargo. Si la respuesta es que “mañana también le pueden tirar huevos a otros”, ese cargo público ha perdido la partida de la sensatez y de la concordia frente a un imbécil que todo lo arregla con huevos.
Aunque sea por la experiencia acumulada, sensatez es la máxima que debe presidir el comportamiento de quienes han iniciado una etapa gubernamental llena de dificultades y sin carta de navegación. Lo único que no se puede perder es la paciencia por muchas provocaciones que aparezcan en el camino. Olviden las redes sociales y navegarán sin subidas de adrenalina.
Una vez mas éste histórico dirigente socialista, buen compañero y entrañable amigo, tratando de apelar a la cordura, la sensatez y al ejercicio de la política con responsabilidad y honestidad, nada reñido con la legítima defensa de las ideas.
Ocurre, sin embargo, que lo que se aloja en buena parte de la sociedad y las formaciones políticas con las que muchos, ya van siendo demasidos, se identidican, no tienen entre ceja y ceja otra cosa que la radicalización, los extremismos y la desestabilización. Si a éso añadimos que los aliados de éste gobierno no parecen atender a otros intereses que los suyos y no reparan en meternos en problemas y desencuentros, creando un clima de confusión permanente, pues estamos en la ciclogénesis que ningún ciudadano decente del signo que sea qusiera, menos aún en momentos tan críticos como los que vivimos y los que están por venir.
Así pues mucho me temo que el intento bienintencionado del respetado Juan Carlos Rodríguez Ibarra llamando a recuperar valores y principios, ya digo que aceptando el crisol ideológico, habrá de caer en saco roto. No se puede llamar a formar parte de la razón ni a los insolidarios, ni a los imbéciles, ni a los fundamentalistas del «cuanto peor, mejor… para nosotros y nuestros intereses».
País que decía Forges.