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Lo peor de la vieja política

¿Por qué nunca se dice que alguien representa lo mejor de la vieja política?

Pedro Sánchez y Pablo Casado en La Moncloa Europa Press
Pedro Sánchez y Pablo Casado en La Moncloa Europa Press

En ocasiones el lenguaje político encuentra expresiones que hacen fortuna e incansablemente se repiten en cualquier foro, vengan o no a cuento. La última que se ha puesto de moda es la que se lanza contra el adversario al que se acusa de “representar lo peor de la vieja política”. Con motivo de la moción de censura en Murcia, esa frase se ha repetido hasta la saciedad sin que se tengan noticias de que quienes la pronuncian sepan exactamente qué están diciendo. Se suelta eso de “lo peor de la vieja política” y nunca se aclara qué es lo peor y qué es la vieja política. Si se acota la vieja política es porque se sabe cuándo empezó y cuándo terminó. ¿A qué se refieren quienes hablan de la vieja política? ¿De qué época hablan? ¿En qué año comenzó y en qué año concluyó? ¿Creen quienes pronuncian la frase hecha, manida y estereotipada que la política, como la vida o como la historia, nace y muere y vuelve a nacer y vuelve a morir sin que existan precedentes? ¿Creen esos oradores de la nada que puede existir un presente sin que exista un pasado? ¿Y saben, acaso, que todo presente está inyectado de pasado?

Los dilapidadores del 15-M

La Puerta del Sol en 2011El 15-M de 2011 fue un movimiento que se nutrió de tanteos, de experimentos, de reivindicación de nuevas formas de enfrentarse a la realidad. Se organizaron en asambleas y probaron. No todo funcionó, no todo hubiera podido ser realizable, pero a partir de ahí se alteraron determinadas prácticas y algunas maneras de hacer política. Los que se juntaron en la Puerta del Sol no iban de listos ni de sobrados; iban de intrépidos y de audaces.
Por el contrario, los que aspiraron a constituirse en los herederos de ese movimiento abandonaron el atrevimiento y la audacia; se apuntaron al podemos y abandonaron el probemos. Aparecieron como los listos de la clase y los pedantes de la tertulia, protagonizando uno de ellos, en exclusiva, la dirección, la iniciativa y la representación, al estilo de los partidos tradicionales, lejos del liderazgo abierto y socializado que defendieron los participantes del movimiento 15-M.

¡Que hablen los mudos!

Foto: EFE
En las páginas 68 y ss. del documento que Podemos envió al PSOE para su debate y aprobación, y que lleva por título UN PAÍS PARA LA GENTE. Bases políticas para un Gobierno estable y con garantías, puede leerse lo siguiente: «El Gobierno del cambio debe empezar por el reconocimiento previo y especifico de las diversas realidades nacionales, para poder abordar después el modelo territorial». «Se debe entender España como país de países». «La Constitución vigente solo reconoce a una nación – la española- y mantiene en una posición subalterna a otras naciones que conviven en el Estado». Para ese menester, los redactores del documento piden la «modificación del artículo 2 de la Constitución española, para que se comprometa a reconocer y respetar la realidad plurinacional y de comunidades políticas que conforman España».

Castos y casta

Pablo Iglesias (EFE)A propósito de las declaraciones que algunos dirigentes de Podemos han hecho en los últimos días en relación con posibles alianzas de esta formación política con el PSOE tras las elecciones Generales próximas, algunos críticos se han tirado al cuello de Errejón y de Pablo Iglesias por la incoherencia que supone el hecho de que el primero casi apostara por un gobierno de coalición entre el partido socialista y Podemos, mientras que el segundo, y secretario general de Podemos, haya desautorizado las mismas, rechazando tal posibilidad y dando por buena una posible e imaginaria coalición gubernamental PSOE-PP. No es extraño que ocurran esas cosas y no hay que tener muy en cuenta las opiniones que actualmente se lanzan sobre las posibilidades de gobierno que se plantearán el día después de que se conozcan los resultados electorales y la decisión de los votantes. Como dijo un poeta alemán, cuyo nombre no recuerdo, allá por el siglo XIX, «las críticas son como los testamentos. Solamente es válido el último».

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