Presidente del Gobierno

El aplauso de las ocho

El aplauso de las ocho / Rosell
El aplauso de las ocho / Rosell

Vivimos en un Estado descentralizado. Así lo define nuestra Constitución. Así se decidió al ingresar como nación, el 1 de enero de 1986, en la entonces Comunidad Económica Europea. Dos circunstancias que exigen de la concertación entre el Gobierno de España y los gobiernos de las diecisiete comunidades autónomas ante las exigencias de los retos y desafíos del mundo globalizado. Hoy, como desde 1979, nada se puede hacer de importancia en España si no confluyen las dos legitimidades: las CCAA necesitan del concurso del Gobierno central y este Gobierno necesita de la cooperación de los gobiernos autonómicos.

Certezas y paradojas

No pretendo con este escrito convencer a nadie de nada. Compartir certezas y dudas se me antoja necesario en este complicado momento en el que vivimos. Nadie sabe, por ejemplo, si es cierto que un gobierno cuyo presidente fue la consecuencia de un parlamento surgido de unas elecciones, debe rendir cuentas o no de su acción de gobierno ante otro parlamento, consecuencia de otras elecciones posteriores.

De lo que no cabe la menor duda -y ahí va mi primera certeza- es de que es el Parlamento, y no los ciudadanos, el que elige al presidente de un gobierno en un sistema parlamentario como el que diseña nuestra Constitución, a diferencia de lo que ocurre en los sistemas presidencialistas. Resulta paradójico y contradictorio que, para demostrar el nivel de democracia en el funcionamiento interno de un partido, la prueba del nueve sea la de elegir o no a su candidato a presidente del Gobierno, alcalde o presidente de comunidad autónoma por el procedimiento de primarias.

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