Nadie viviría en un bloque de pisos cuyas estructuras se apoyaran en una cimentación al 50, al 60 o al 70%. El constructor que dejara a la mitad la cimentación de un edificio, seguro que no volvería a trabajar más en ese sector. Idéntica suerte deberían correr quienes solo son capaces de cimentar al 50 o al 60% el conocimiento de los alumnos que inician sus estudios obligatorios en los centros públicos, privados y concertados. Un alumno calificado con un cinco demuestra que solo conoce el 50% de la materia que debería conocer al 100%. Al pasar al curso siguiente, los cimientos de ese alumno comienzan a debilitarse. Le costará más trabajo edificar ese curso sobre una cimentación hecha al 50%. Es cierto que no todos los alumnos tienen las mismas capacidades intelectuales, ni los mismos medios materiales, ni las mismas condiciones familiares y de habitabilidad. Por eso es necesario que los centro educativos se doten de profesores especialistas que, junto al aula correspondiente, cuenten con una pequeña dependencia a la que deban asistir aquellos alumnos que perdieron el ritmo de sus compañeros y que con una atención personalizada podrán reincorporase al grupo para cimentar sus conocimientos al cien por cien.
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La berrea universitaria
Los albañiles, y otros gremios que también incurrían en esa malsana práctica, aprendieron la lección y esa costumbre casi ha desaparecido de las calles

En mi época de presidente de la Junta de Extremadura recibía todos los años, alrededor de los meses de abril y mayo, cartas -y luego emails– de estudiantes universitarios y de bachillerato solicitando algún tipo de ayuda económica para realizar sus viajes de fin de carrera o del ciclo de Secundaria. Mi respuesta siempre fue la misma: “Lamento no poder atender su petición porque no se encuentra justificación en el hecho que señalan. No entiendo que habiendo tenido la oportunidad de estudiar una carrera universitaria, pretendan encima adornarla con una subvención de la Administración. Tal vez deberían copiar a los albañiles que, cuando coronan una nueva construcción, lo celebran colocando un trapo como bandera y comiéndose una caldereta que pagan a escote”
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Conocí en mi etapa de presidente de la Junta de Extremadura a algunos empresarios, dueños de factorías con importantes volúmenes de facturación, que tuvieron por aula la calle. Su humilde procedencia familiar les impidió seguir en la escuela cuando apenas contaban con once años. Su formación académica, por tanto, brilla por su ausencia: nunca fueron a una Universidad y jamás pisaron una Escuela de Empresariales donde, supuestamente, se forman los empresarios del mañana.
No hay bien que por mal no venga
José Luis Corcuera fue un excelente ministro del Interior que dimitió por haber empeñado su palabra respecto al contenido de la ley de seguridad ciudadana que elaboró su ministerio, y al que se le descalificaba porque surgió del mundo obrero -en 1963 ya era aprendiz en Altos Hornos de Vizcaya- y desde allí fue ascendiendo en el sindicalismo. En 1976 dejó su puesto de electricista y se dedicó en exclusiva a la UGT. La crítica era por no haber sido universitario, de lo que se deduce que si hubiera estado en posesión de alguna licenciatura o de alguna ingeniería se le hubiera tratado de forma más amable. Ese ejemplo puede ayudar a comprender las razones por las que algunos políticos decidieron inflar su currículo; el objetivo era ponerse un escudo para protegerse de críticas ácidas, despreciativas y bastante clasistas y elitistas.
Conferencia “Algunas paradojas democráticas”. Cursos de verano de la UPSA
Conferencia de Juan Carlos Rodríguez Ibarra titulada “Algunas paradojas democráticas“, impartida en la Universidad Pontificia de Salamanca, dentro de los Cursos de Verano de la UPSA
3+2 ≠ 4+1
Hace dos semanas, el Consejo de Ministros aprobó un decreto que permitirá a las Universidades reducir la duración de los grados para adaptar las titulaciones al modelo 3+2, tres años de grado y dos de máster. Los dos únicos argumentos esgrimidos por el ministerio es que eso es lo que se hace en la mayor parte de los países que firmaron el Plan Bolonia y que a las familias les saldrá más barato una graduación de tres años que otra de cuatro. El primer argumento es cierto. Sólo España, junto con países de dimensiones muy inferiores de las españolas, tales como Kazajistán, Turquía o Chipre, mantiene el plan de cuatro años de graduación más uno de máster, sin que nunca se explicaran las razones por las que no se siguió el rumbo de Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Holanda…, que lo redujeron a tres. Ahora el Ministerio cambia de opinión y, tal vez, hayamos mirado al dedo en lugar de a la luna.