Aficiones y rarezas

Proclamación de Felipe VI
Se habla con frecuencia de la necesidad de acordar un nuevo pacto constitucional para renovar acuerdos y para modificar decisiones. Se olvida o se ignora que, previo al pacto constitucional, existió otro pacto que hizo posible el anterior. Me refiero al pacto institucional, es decir, aquel acuerdo que posibilitó que la derecha aceptara un régimen democrático olvidando el autoritario; que la izquierda apostará por ese mismo sistema, olvidando la revolución y la ruptura, y que los nacionalistas vascos y catalanes aceptaran la realidad unitaria de una España democrática, descentralizada y reconocedora de los hechos identitarios, olvidando la independencia de sus respectivos territorios.

Todo ello, envuelto en una forma de Estado llamada monarquía parlamentaria, cuyo titular sería el entonces rey y Jefe del Estado, Don Juan Carlos I. De ese pacto surgió la Constitución española y en la misma se contempla que al rey no se le elige, sino que le sucede su heredero, en este caso, y por razones de prevalencia del hombre sobre la mujer, el Príncipe Felipe, hoy, Rey Felipe VI.

Ha bastado que el rey Juan Carlos decidiera abdicar para que los fantasmas familiares hayan hecho su aparición, dividiendo a la sociedad española en tres partes: los que quieren una república como forma de Estado, con un presidente elegido por los ciudadanos, sin que se sepa muy bien qué tipo de elección piden los que piden una república, los que creyendo en un sistema republicano prefieren mantener la monarquía parlamentaria, y los monárquicos que sólo quieren una monarquía.

Ha bastado que el rey Juan Carlos decidiera abdicar para que los fantasmas familiares hayan hecho su aparición

Al parecer, y según dicen los sondeos publicados recientemente, son mayoría los españoles que prefieren seguir con la monarquía parlamentaria de la forma y manera prevista en la Constitución española. En el supuesto de que hubiéramos puesto en marcha los mecanismos previstos en las leyes para pasar de una monarquía a una república, los ciudadanos o los representantes de los mismos en el Congreso y en el Senado, dependiendo del modelo por el que se hubiera optado, habríamos tenido que hacer frente a la responsabilidad de elegir a un presidente de esa imaginaria república.

Tendríamos que elegir entre ciudadanos candidatos a presidente, inéditos en ese tipo de responsabilidades y, por lo tanto, desconocidos para la mayoría de los españoles, o entre candidatos ya conocidos por haber ocupado otras representaciones en la vida política, económica, social y cultural de nuestro país. En cualquier caso, o una gran incógnita por no saber cómo sería el melón hasta que no se catase, o un desastre si alguno de los personajes que están en la mente de todos hubiera podido llegar a ocupar esa alta responsabilidad.

No quiero ni imaginar qué hubiera pasado en este país si, por ejemplo, el patrón de los empresarios de hace unos pocos años, hoy en la cárcel, se hubiera podido presentar a presidente de la república en los tiempos en los que todo el mundo creía que el tal empresario era un lince para los negocios decentes y limpios.

No quiero ni imaginar qué hubiera pasado en este país si, por ejemplo, el patrón de los empresarios de hace unos pocos años, hoy en la cárcel, se hubiera podido presentar a presidente de la república

Tampoco quiero pensar en alguna figura de las que tuvieron altas responsabilidades institucionales en la vida de nuestro país. Por el contrario, el hecho de contar con una monarquía parlamentaria nos ahorra ese tipo de posibles sustos. Hemos tenido la suerte de contar con una persona, llamada Felipe, hijo de Juan Carlos y Sofía, que llevaba algo más de cuarenta años preparándose para ser rey y Jefe del Estado. Salvo que se tratara de alguien con muy pocas luces, que no es el caso ni muchísimo menos, el nuevo rey debe gozar de una preparación fuera de lo común para la tarea que le encomienda la Constitución.

Sorprende que ahora que el aspirante tiene su oportunidad, se hayan levantado algunas voces pidiendo que se vote sobre su legitimidad. Que el rey Juan Carlos se haya mantenido en la Jefatura del Estado durante 39 años tiene muchísimo mérito y dice mucho de su talante y buen hacer. Si se piensa que, además, esos 39 años los ha pasado en un país como España, el mérito se acrecienta exponencialmente.

Hay que ser de una madera especial y hay que querer mucho a los españoles, que estamos dispuestos a santificar a los jugadores de la selección española de futbol y, hora y media después, a mandarlos al infierno, para no haber levantado jamás la voz para quejarse de nuestras rarezas como pueblo y nuestra afición al pendulazo.

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