Por dónde hubiera circulado España si en el debate parlamentario que hubo en las Cortes del Trienio, a propósito del sistema arancelario, hubiera ganado Francisco Martínez de la Rosa, en lugar de las tesis defendidas por el diputado catalán Juan de Valle, quien, en un tono lastimoso, como siempre ha ocurrido, defendió que el único camino para impulsar la industria de un país consistía en prohibir la entrada de los artículos extranjeros.

La industria de España en ese momento estaba en Cataluña y el País Vasco. Él decía: “Así lo hemos visto en Cataluña, al sistema prohibitivo adoptado por el señor don Carlos III, se debió que Cataluña en el año 1808 contara en su territorio 2.000 fábricas de algodón. Con las leyes prohibitivas, vio Cataluña florecientes su marina mercantil, de tal manera que el año 1808 contaba más de 200 barcos destinados a la carrera de América. Si las Cortes conceden la libertad de introducir géneros extranjeros van a arruinar la benemérita, la heroica Cataluña, sembrando la muerte y la desolación entre aquellas familias que no tienen otro medio de subsistencia que el producto que les proporciona el trabajo que emplean en las operaciones de hilar, tejer y estampar algodón”. Ese argumento tan lacrimógeno, tuvo su réplica del liberal Francisco Martínez de la Rosa, que le contestó: “No hay cosa más desigual, ni más injusta; es injusta esta Ley respecto de los consumidores, esto es, respecto de la mayoría de la Nación, supuesto que por ella se nos obliga a comprar géneros más caros y de inferior calidad, y si la riqueza o la pobreza está en razón de los medios que se tienen para hacer estas adquisiciones, es claro, que obligando a las clases consumidoras a comprar los géneros más caros se les hacen más pobres”.
El liberalismo español del trienio se apartó de su programa ideológico, dejando abierto un camino por el que pudieron comenzar a despegar algunos territorios en detrimento de otros, víctimas de ese proteccionismo y prohibicionismo. Fue Carlos III el que benefició a la incipiente industria textil al prohibir introducir en estos reinos y señoríos gorros, guantes, calcetas, fajas y otras manufacturadas de lino, cáñamo, lana y algodón, redecilla de todo género, hilo de coser ordinario, cintas caseras, ligas cintas y cordones.
Los liberales del trienio caminaron en algunos aspectos en sentido contrario a sus principios. Como indica acertadamente Jordi Palafox Gamer, en su libro España y la economía internacional: “Esta estructura de la protección provocó que la industria y la creciente población urbana se verán obligadas a consumir productos a precios mucho más elevados que los del mercado internacional y superiores, también, a los existentes en otros países. Con lo cual, los costes de producción fueron mayores, y menor la renta disponible para demandar Bienes no alimenticios por parte de la población y de otras industrias”.
Stendhal, en un viaje de Perpiñán a Barcelona, escribió en 1839, en su Diario de un turista: “los catalanes quieren leyes justas, a excepción de la Ley de Aduanas, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesita algodón, pague cuatro francos la vara; el español de Granada, de Málaga o de La Coruña, no pueden comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y cuestan un franco la vara”.
Trump, con su política arancelaria, se ha convertido en el discípulo más aventajado de los aranceles para Cataluña y País Vasco.
¡Y Nogueras echando pestes del Estado español!
Y Turull, uno de nuestros queridos amnistiados, mirando para el sur. Cualquier día nos amenazan con declarar héroe nacional a quien se llevaba el dinero de los catalanes. Parece que ve bien de lejos y está cegato cuando mira de cerca. Seguro que no se acuerda de esta jota cantada en las fiestas de Grau de 2014: “Yo os diré lo que les pasa/ a los independentistas:/ dicen que España les roba/ y el ladrón tenían en casa”.
¡Y siguen hablando de regiones ricas y pobres!
Leer «Dando lástima, ¡como siempre!» en Diario de Sevilla



