Siempre fue un misterio, para los que somos legos en el arte de la mecánica, el hecho de que unos automóviles necesiten tres pedales para poder circular, mientras que otros, los llamados automáticos solo necesiten dos – freno y acelerador-, prescindiendo del tercero llamado embrague.
Preguntado por esa circunstancia, el mecánico del taller al que llevo a reparar mi Volkswagen Passat cada vez que se le enciende en el cuadro de mando algún chivato, responde que la explicación es sencilla aunque el mecanismo que hace posible la ausencia física de uno de los tres pedales es muy complejo.
En cualquier caso, y al margen de la dificultad, freno y acelerador son dos piezas del engranaje de las que se sirve el coche para acelerar la velocidad del mismo o para disminuirla e incluso para llegar a detenerlo totalmente. Dos pedales parecidos pero absolutamente antagónicos: el uno frena; el otro acelera. Por el momento, y a la espera de saber algo más sobre la composición y estructura del vehículo sin conductor, dos pedales imprescindibles para viajar en coche a cualquier parte por carretera.
Vamos que, en términos políticos, podríamos decir que estamos ante el bipedalismo perfecto. Quienes tienen afición o posibilidades de conducir y conocen la ruta y el destino al que quieren dirigirse, pueden tener la tentación de querer que el coche avance a toda velocidad para quemar etapas en el menor tiempo posible, utilizando solo el acelerador, olvidándose de su competidor, el freno. Por el contrario, otros más conservadores y temerosos tratarán de conducir por terrenos más trillados frenando continuamente y olvidándose de que, además del freno, existe el acelerador.
Entre los que pueden estrellarse por evitar el pedal de la izquierda y los que nunca llegarán a tiempo a ningún sitio por ignorar que existe el de la derecha, lo cierto es que en cualquiera de las circunstancias, existen dos pedales sin cuyo concurso el coche no llegará lejos.
Antes de que el coche fuera automático, los pedales eran tres. Lo verdaderamente importante cuando se quiere llegar a alguna parte por una ruta segura para conseguir un destino placentero, no son los pedales -dos o tres, ¡qué más da!- sino el vehículo y la pericia del conductor. Si se rompe un pedal, la mecánica tiene recursos sobrados para sustituirlo por otro. Si es el coche el que se rompe, se acabó el viaje.
Hasta los pilotos más veloces y más arriesgados de la Fórmula 1, cuando las curvas son peligrosas, prefieren reducir la marcha e, incluso, apretar el freno para no salirse o para evitar estrellarse contra las vallas de protección. Ellos, mejor que nadie, saben que freno y acelerador son antagónicos, opuestos, contrapuestos, contrarios, antitéticos, incompatibles, rivales y competidores, pero resultan indispensables.
No hay nada más contradictorio que un freno y un acelerador, pero quienes pretendan viajar sin freno se estrellarán y aquellos que quieran hacerlo sin acelerador no se moverán del sitio en el que se paró el coche.
No digo nada de quienes pretenden debatir sobre la pertinencia o no de que el automóvil, que tienen cuatro ruedas, se quede solo con tres. Están ciegos si creen que se puede ir a parte alguna en esas circunstancias.
Leer «Dos pedales y cuatro ruedas» en El Huffington Post