Recientemente tuve la ocasión de impartir una clase en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Extremadura. Fui invitado por una de sus profesoras y decidí no impartir teoría –para lo que no estoy preparado–, sino exponer ante los alumnos que me escucharon situaciones reales que
pueden encontrase en su actividad profesional cuando se inicien en la profesión para la que se están formando. Contravine en cierta medida lo que la profesora esperaba de mí. Hubiera querido que les disertara a los estudiantes sobre “cómo ven los políticos a los periodistas y viceversa”.
La primera situación en la que embarqué al auditorio fue la siguiente: llamada anónima al cuartel de la Guardia Civil de
un pueblo de Guipúzcoa. Avisaba de la existencia de un coche sospechoso aparcado junto a una torre de alta tensión. El informante vio salir corriendo a dos individuos que tapaban su boca con un pañuelo, seguramente para que nadie los reconociera. El comandante de puesto envió a una pareja de la Benemérita al punto que había indicado la llamada telefónica. Probablemente, la misma persona que informó a la Guardia Civil también lo hizo a un medio de comunicación. De tal manera que cuando un periodista llegó casi a la vez que la pareja de guardias, se encontró con un escenario dantesco. Acababa de estallar la bomba que estaba en el coche aparcado. Un guardia aparecía muerto a dos o tres metros de distancia del vehículo y el otro intentaba levantarse sin poder hacerlo; tenía las dos piernas destrozadas por el impacto de la bomba.
¿Qué habría hecho usted si hubiera sido el periodista enviado al lugar del siniestro? ¿Habría ayudado al Guardia Civil herido a levantarse y habría llamado a emergencia sanitaria? ¿Habría obviado la ayuda y hubiera transmitido la información rápidamente para que nadie se adelantara a la noticia y para que se activara la seguridad y poder dar con los asesinos huidos? Si se hubiera decidido por la primera opción, tal vez su director le hubiera advertido sobre su falta de profesionalidad. Podría ocurrir que le hubiera recriminado por la tardanza en enviar la información que estaba circulando por las redes sociales. Hasta es posible que le preguntara: “Pero ¿usted qué estudió: periodismo o medicina?”
Si hubiera elegido la segunda opción y hubiera dejado al guardia herido y hubiera enviado inmediatamente fotos y videos del atentado podría haber contribuido a la detención de los terroristas
y a la sensibilización de la población ante el horror inhumano. Su director le habría felicitado y le habría recordado que la inmediatez en la información es la que vende y la que conlleva un aumento de la publicidad. O quizás, le hubiera felicitado por la tardanza en la crónica que, aunque tardía, fue completa y bien documentada.
Hubo opiniones para todos los gustos. Y un interesante debate entre unos y otros. Inicialmente, casi todos se decantaron por la parte humanitaria. La reflexión sobre ¿usted qué es: médico o periodista? les hizo cambiar de opinión a más de uno.
La segunda situación en la que les embarqué fue la siguiente: usted, en el ejercicio de su profesión periodística, ha descubierto un grave caso de corrupción en algunos directivos de la prestigiosa firma
El Corte Inglés. Una información de un confidente le ha permitido investigar a fondo y elaborar un reportaje que pone en entredicho la autenticidad de la firma en algunos productos que tiene a la venta en todas sus tiendas. Ha descubierto que algunos directivos y algún patrono, en contacto con una mafia china, están vendiendo ropa de una importante firma que está siendo falsificada y vendiéndola como auténtica a precios elevados. Cuando entrega su trabajo a su jefe de redacción es llamado, pocas horas después, al despacho del director, que le comunica que eso no se va a publicar porque El Corte Inglés es su mayor anunciante y, por tanto, predominan los intereses de la empresa editora por encima del derecho de los lectores a ser informados de una estafa que se está cometiendo.
Usted, si estuviera en esa situación, ¿qué haría? ¿Aceptar la negativa y tirar a la papelera lo que constituye la base fundamental de su profesión? ¿Dejarlo encima de la mesa de sus jefes, avisando de que no retira el reportaje y delegando la responsabilidad de la publicación o no en ellos? ¿Pedir la cuenta y marcharse al paro?
Si se decantara por la primera de las opciones, usted no tendría el respeto ni de sus jefes ni de la redacción. Usted pasaría a ser un pobre diablo obediente y despreciable. Si se decide por la segunda,
se habría quitado de encima la responsabilidad y serían sus jefes los que cargarían con ella. Si se decidiera por la tercera opción, no se sabe si encontraría o no trabajo en otro medio de comunicación.
Tanto la segunda como la tercera opción sólo pueden ejecutarla quienes amen su profesión por encima de su seguridad.