La política española se divide en dos: los que militan en partidos políticos y los que no. Entre estos últimos, los hay que no se afilian porque tienen prohibida la pertenencia a cualquier organización política por razones del cargo o de la responsabilidad que desempeñan, o porque tienen necesidad de mantenerse al margen de la militancia para acrecentar su imagen de independencia.
Se sabe las razones que animan a aquellos ciudadanos que deciden en un momento de sus vidas a dar el paso para pasar a formar parte de un partido. Quienes tienen ideas de cómo articular un proyecto y están seguros de que ese proyecto puede tener validez, lo primero que hacen es buscar un instrumento, una herramienta y a otros que piensen parecido para intentar llevarlas adelante.
A nadie le choca que cuando se tiene en la cabeza una buena historia, se busque un teclado para llevar esa historia al papel o a la pantalla del ordenador o de la sala de proyección. Tampoco sorprendería que si alguien supiera cómo acabar con el cáncer, buscara un laboratorio y un equipo para desarrollar allí su propuesta. ¿Por qué, entonces, se subestima el hecho de afiliarse a un partido político cuando se cree tener una cierta idea de qué hacer para mejorar sustancialmente la economía, la educación, la sanidad o para eliminar la discriminación del tipo que sea? Lo primero que tendrán que hacer aquellos que desean articular propuestas para conseguir que las mismas se conviertan en leyes y para contribuir a construir una sociedad acorde con lo que se piensa y se quiere es buscar la herramienta que capacite para hacerlo.
¿Qué ofrece de fiabilidad un independiente que no ofrezca alguien que ha decidido militar en un partido? ¿De qué o de quiénes son independientes los independientes?
Ahora que los partidos venden como un éxito la incorporación de independientes en sus listas electorales, no estaría de más que quienes van a los cargos públicos amparados en su independencia, pudieran decir qué piensan de quienes sí militan, pagan sus cuotas, defienden públicamente los principios que mueven a sus partidos e, incluso, aguantan los insultos que, de cuando en cuando escuchan por militar en una organización. Y ellos, ¿por qué no militan? ¿Les da miedo? ¿Desprecian a los que sí lo hacen? ¿No quieren señalarse? ¿No quieren pagar una cuota? ¿No se quieren meter en política? ¿No les gusta obedecer? Si se tienen ideas, carácter y ganas de mover el sentido de las cosas y de las personas, lo que no te preguntas nunca es que quién te mandará, sino con cuánta gente podrás contar para llevar adelante el proyecto o las ideas que defiendes. Claro que para mandar no son necesarios los codos, también se exige cabeza y corazón. Para que no te manden y para no tener que obedecer es preciso conocer el mundo en que te mueves, saber distinguir unas cosas de otras y poder establecer las combinaciones entre ellas para cambiar el mundo.
Quien sabe hacer todas esas cosas no tiene miedo a obedecer, sino a equivocarse liderando, dirigiendo y coordinando. Cuántas veces se escucha decir lo pesado que debe ser militar en cualquier partido, más que nada porque los que militan, tienen que someterse a la disciplina interna y a ellos, ¡independientes!, no les gusta aceptar la disciplina ni las ordenes de nadie. Los que no aceptan órdenes de nadie -si excluyen a sus hijos, a sus jefes y a la Guardia Civil- y quienes, desde su altura intelectual, pregonan su independencia, están demostrando su carácter, su espíritu y su falta de ideas. Me recuerdan a un amigo mío que decía: «Yo no me caso porque no acepto que nadie me mande». Mi amigo daba por supuesto que él si iba al matrimonio, era para obedecer. Aquellos que no quieren militar en política por no tener que obedecer no parece que se hayan planteado nunca la posibilidad de dirigir, coordinar, liderar, en definitiva. Y eso sólo ocurre cuando no se tiene ni una idea ni un proyecto que llevarse a la boca.
¿Qué ofrece de fiabilidad un independiente que no ofrezca alguien que ha decidido militar en un partido? ¿De qué o de quiénes son independientes los independientes? Si contaran los argumentos en los que descansa su no militancia, hasta pudiera ser posible que consiguieran convencer a los que sí se afiliaron y, de esa forma, decidirían abandonar su afiliación. Claro que si todos siguieran el ejemplo, se acabarían los independientes frente a los afiliados. Ya no habría militantes, ni partidos, ni independientes de partidos.
Leer «Independencia ¿de qué o de quién?» en El Huffington Post