Nadie puede obligarme a creer en lo que no creo. Y mucho menos a defender aquello que me parece contrario a mis principios. Soy militante socialista y, por lo tanto, defensor de un proyecto político que se ampara en la libertad, la democracia y la igualdad. En consecuencia, no se puede ser nacionalista y de izquierdas. Son muchos los que sacan a pasear su orgullo por sentirse ciudadanos de tal o cual territorio. Nadie elige el sitio para nacer; nadie, en consecuencia, puede sentirse orgulloso de aquello en lo que no colaboró mínimamente para conseguirlo. Sí es cierto que si se nace en España, en Alemania, en Suecia o en Francia, se tienen posibilidades en el plano familiar, educacional, sanitario, religioso, etc., que no se tienen si ese nacimiento se lleva a cabo en Etiopía o en cualquiera de los países donde la libertad brilla por su ausencia y la miseria acompaña a la mayoría de los habitantes de esos territorios para el resto de sus vidas. Si la izquierda defiende que todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, tienen que tener las mismas oportunidades independientemente de la familia en la que te tocó nacer, no se entiende que algunos, que se autocalifican de izquierdas, defiendan las fronteras para establecer diferencias entre unos ciudadanos y otros. Un nacionalista entiende que si has nacido en un territorio determinado, tienes derechos que les están vetados a otros que no nacieron en el mismo sitio. Un nacionalista catalán piensa que un andaluz o un extremeño poseen menos recursos que los catalanes porque son menos inteligentes, más vagos o menos preparados para el trabajo. Un militante de izquierdas sabe que las diferencias entre ciudadanos no vienen marcadas por su tipología sino por las fronteras que arbitrariamente se han establecido a lo largo de la historia.
Una nacionalista catalán cree que Cataluña tiene determinados derechos como consecuencia de sus excepcionalidades culturales. Nadie les ha dicho que los territorios no son sujetos de derechos. Los estatutos de autonomía o las constituciones no establecen derechos y deberes de los territorios sino de los ciudadanos que conforman un conglomerado con soberanía propia. No es Cataluña la que tiene derechos, sino que serían los ciudadanos catalanes los que tendrían esos derechos. Y nadie ha conseguido explicar las razones por las que un catalán tiene que tener más derechos que un madrileño o un murciano.
El PSOE trata de buscar una alternativa que embarque a los independentistas catalanes en un proyecto que permita seguir manteniendo la unidad territorial de España. De nuevo ha aparecido el manido Estado Federal como la panacea que puede encajar todas las piezas de este rompecabezas en el que se está convirtiendo nuestro país. El PSOE debería comenzar por recuperar para España un proyecto nacional claro. El Estado Federal que propone no se entiende por nadie y, por lo tanto, elude la claridad exigida. Al mismo tiempo, el Estado Federal no satisface las mínimas exigencias de quienes aspiran a la separación o a la diferencia respecto al resto de los ciudadanos españoles. En consecuencia, alguien debería explicar a quiénes se quiere contentar o qué problemas se tratan de solucionar con el federalismo.
Los problemas que en estos momentos tenemos no son la consecuencia del modelo de Estado. Más bien son atribuibles a la existencia de nacionalistas que han llegado al límite de sus reivindicaciones y han cogido la deriva independentista. Durante más de treinta años se han hecho cesiones de todo tipo que, lejos de integrarlos en un modelo de Estado muy descentralizado, los ha derivado por el atajo de la independencia. En consecuencia, parece claro que ninguna forma de Estado va a ser aceptado por quienes han decidido marcharse.
Y, tampoco, el reconocimiento de Cataluña como nación va a parar los pies de los independentistas. Cada vez que escucho a un socialista defender el plurinacionalismo español experimento la misma sensación que tendría un cristiano que, después de creer toda la vida en la existencia de un dios único y verdadero, el Papa de Roma le anunciara que todo era mentira y que ese dios no existe. Nadie puede obligarme a defender esa idea peregrina que no se aproxima para nada a la realidad. Andan diciendo lo de Escocia como si ambas realidades fueran comparables. Escocia fue nación y reino independiente hasta 1707 que firmó el Acta de Unión con Inglaterra. Por el contrario, Cataluña, desde el siglo XVI, siempre ha formado parte de la Monarquía hispánica o del estado español. ¿De dónde sacan los que lo sacan el derecho de Cataluña a la secesión? ¿De dónde sacan los que lo sacan la idea de que España es una nación de naciones? Si así fuera, si una de las naciones tuviera derecho a votar su integración o independencia, ¿no tendría el mismo derecho a votar la nación española para aceptar o rechazar ese pronunciamiento?
Y para nota, la peregrina idea de que todo federalismo es asimétrico. Defender eso es aceptar que no todos somos iguales. Aquellos que quieren ilustrarnos con Baviera para defender la farsa de las naciones sin Estado, deberían decir en qué parte de la Constitución federal alemana se contempla la famosa asimetría federal.
Leer «La mentira del plurinacionalismo» en El Diario de Sevilla
Dice Albert Boadella que: «el nacionalismo es como una ventosidad; algo placentero para quien lo emite, pero desagradable para quien lo siente».
Después, con perdón, de esta escatológica introducción, uno no puede menos que ver con estupor la «polvareda» que genera el hecho de que el Presidente de una Comunidad Autónoma – Extremadura – que según todos los sesudos e ilustrados estudios de los Gabinetes de Análisis de la «Gran Banca»; «Fundaciones sin ánimo de lucro»; «La Caixa»; “el INE” y el Wall Street Journal, es el culo de mundo; la que peores tasas de calidad de vida tiene; menor renta por habitante; las más altas tasas de desempleo y demás lindezas; haya montado una «pajarraca» descomunal, por el solo hecho de decir en voz alta lo «que piensa»; «ser leal con su país», «cómplice con su partido» y «solidario con un proyecto».
A uno, extremeño y socialista, le duele que lo que está en el «Museo de Pesas y Medidas de París» tenga una sucursal en la Calle Génova. ¡Sí! este nuevo invento – patentado y con copyright reservado – se llama «españolímetro». Ha sido fundido en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y presentado en sociedad por la COPE, El Mundo y el Arcipreste de Hita. Su utilidad, fruto de las grandes inversiones en I+D, es la de medir el grado de «patriotismo» de los españolitos. Su uso está reservado solo para iniciados que han realizado 3 masters y medio en la London Schools of Economics, en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional y la Universidad de Navarra (no en la pública, sino en la otra), y se aplica con sofisticados medios y con totales garantías de fiabilidad para el común de los mortales. Después, pasando varios procesos de control de calidad, análisis en laboratorio, evaluación interna y externa, se centrifuga y se lleva a la FAES y a la Fundación Francisco Franco para que el Ministro de la «cosa hablada», el «vocero del Gobierno» lo haya llegar a la opinión publicada, envuelto en papel de regalo de la semana fantástica de El Corte Inglés y se puede adquirir en selectas tiendas por cualquier medio de ingeniería financiera: renting, leasing o a 30,60 y 90, como todo hijo de vecino.
Solo la memez y estupidez de los que confunden valor y precio saben que se trata de «una milonga», pero que ha llevado a España a la esquizofrenia de que los herederos de Don Pelayo, que era el tío más de derechas que ha parido madre, cabalguen de nuevo esparciendo ponzoña por los 4 costados de la «piel de toro». Sin pudor, sin sonrojo, sin cortarse un pelo, te lo aplican y «eureka» ya estás marcado a hierro candente y pasas a la lista del INE en el apartado de los buenos o de los malos.
Un modesto profesor universitario, barbudo, algo miope y buena gente, dice en voz alta lo que piensa y tirios y troyanos montan la tangana. Que si Juan Carlos Rodríguez Ibarra es un bocazas; necesita bozal, desbarra; no entiende los hechos diferenciales; no respeta las peculiariades; tiene un modelo caduco de España; no entiende a los nacionalistas; sufre de fobias y un largo rosario de epítetos y adjetivos calificativos.
Los dueños de la «cosa» pontifican, estigmatizan, reprueban y castigan a galeras a los «malos» españoles; pero lo más grave es que los que sufren tan brutal agresión, los que son parte de un proyecto, también se escandalizan, braman, reclaman banderías, respeto y autonomía plena. Resulta una paradoja y me recuerda aquel viejo cuento chino en el cuál un viejo campesino que nunca había salido de su aldea fue a la ciudad y le compró un espejo a su anciana mujer. Cuando el desgraciado le entregó con amor y cariño el regalo a su esposa, esta comenzó a llorar y le dijo que mal le había hecho para que hubiera traído a otra mujer a su casa, que si ya ella no era su esposa. Se había visto su propia cara y pensó que aquella vieja anciana era otra persona y no ella misma. Eso parece ocurrirle a muchos socialistas – de carné y de convicción – que cuando ven la cruda realidad se sienten mal y cuando alguien se la dice en voz alta – para que se oiga – les duele. No se puede ser el cura, la novia, el novio y los padrinos y madrinas a la vez. Ya lo decía Machín – el de las maracas- no se puede tener 3 amores a la vez y no estar loco.
En Madrid, los «balbases», renovadores de la base, turborenovadores y Cristinas Alberdis gritonas, no podían permitir que el hijo de un emigrante en Alemania ocupara el Palacio de la antigua Casa de Correos; ese local de amplia solera, raigambre e infausto recuerdo, estaba vedado para Rafa Simancas y para mi paisano Fausto Fernández. Solo Gallardones – su apellido tiene premio – o damas nobles de rancio abolengo pueden sentar sus posaderas en tan espléndido sillón. Yo soy un provinciano, por convicción, y no me gusta el socialismo de salón, de fundaciones de pensamiento vacuo, de experimentos con gaseosa, de hechos diferenciales, de asimetrías, de partidos federados que intentan pescar en todos lo charcos y pescan un resfriado. Me gusta la sonoridad, el timbre claro y sonoro de que la travesía del desierto es larga; que la paciencia es buena consejera, que no hay que tener prisas y que las catanas deben enfundarse.
Corren malos tiempos para los honestos, para los que se aferran a sus convicciones, para los que asumen con dignidad que ser extremeño es una cuestión de nacencia y no de pacencia – de pacer, se entiende -, yo no quiero ser parte de los restos del naufragio – todos los días pongo mi granito de arena para avanzar con mi trabajo -, quiero sentirme orgulloso de ser socialista » a secas», leal, comprometido, disciplinado, cómplice, con un líder y un proyecto – manifiestamente mejorable como todo -, pero quiero ser español a mi manera, nadie me tiene que decir como, solo quiero serlo y respeto que otros no lo quieran ser o lo sean a su manera. El que no quiera peces que se pase por caja y liquide las plusvalías que han generado los millones de españoles que tuvieron que emigrar y crearon riqueza allá y acullá. Aquí nadie, si quiere irse, se va de rositas, primero devuelve con creces lo que recibió y después que pida su ingreso en la ONU o en la Liga Árabe, esa será su decisión, respetable y respetada, porque uno ha aprendido a base de tropezones a ser tolerante.
Dejemos los prejuicios aparcados, yo cada día me siento más feliz y esperanzado, puedo ser una rara avis o un eslabón perdido de la cadena evolutiva, pero me siento orgulloso de no solo compartir mesa y mantel con Juan Carlos Rodríguez Ibarra – es un decir -, ser parte de su proyecto nítido, sin dobleces, y un poco harto que desde las zonas más desarrolladas – a costa de todos – me digan que me meta la lengua en el culo o que desbarro. No, compañero, amigo y paisano Javier Agorreta, somos parte del paisaje y del paisanaje y si te sientes excluido, lo será por voluntad propia, yo te tiendo la mano para que no sientas esa soledad, yo no cultivo el culto al caudillismo ni a la personalidad, tan solo me identifico con lo que dice mi compañero Juan Carlos, pero no estoy hasta el gorro de la política, estoy harto de clichés, de estereotipos, de verdades a medias, de susurros, de conspiraciones florentinas, y no estoy dispuesto a poner la otra mejilla para que me la inflen a sopapos, voy a dar y no a amagar.
¡Ya basta de adocenamiento!, altito y claro: por convicción, amistad, solidaridad, complicidad, compañerismo y afinidad estoy no solo rompiendo una lanza, sino aprestándome con armas y bagajes para subirme a la grupa del caballero «criticado» y «vituperado» porque juntos nos queda mucho por cabalgar hasta enterrar en el mar a los neo conversos, a los árbitros de la elegancia, a las emergentes de cuota y a los que han hecho masters de postgrado en las mejores Universitys of the World.
Caminemos juntos compañeros, la apuesta merece la pena, si tardamos 20 pues 20, 30 pues 30. Decía un vitalista, Compay Segundo, cuya sonora voz ya nunca más oiremos en directo, que no hay nada más verdadero que lo que nace del interior de uno mismo, porque para el viejo Compay y para mí mi verdadera nacionalidad es la del ser humano, y por su dignidad y emancipación lucharé hasta le último aliento de mi vida.
Saludos y ánimo compañero.
José Carlos Molina
Badajoz
Muy bonito el texto. Una pena que suene tan huero cuando viene de alguien cuyo partido aceptó no existir en Cataluña para lo que lo hiciera el desde siempre muy nacioalista PSC y que cedió al nacionalismo uno de los asientos en la comisión de la redacción de la constitución y al que no le importó que ésta se hicier a medida del mismo para que tuviéramos el lamentable régimen que nos ha traído hasta aquí.
Vivir traquilo en Extremadura durante los 40 años que hemos tenido que sufrir los no-nacionalistas en Cataluña y salir con un texto así sin ni siquiera haber tenido aún la mínima decencia de causa baja en su partido es un buen reflejo del carácter moral que cabe suponer a su autor.
Gracias por nada. Y no lo olvide: es ud. culpable. Luego deje de hablar tanto. O, cuando menos, no lo haga sin devolver antes el carné.
Que pregunto que dónde me equivoco noque se examinen de insultadores.
Estoy totalmente de acuerdo con ud Señor Rodriguez Ibarra
Un saludo cordial.