La pérfida y finiquitada Castilla

Fortalecer la vecindad con quien estaba ahí, pero que hace unos años aparecía tan lejos, es uno de los logros de los que más satisfecho debemos sentirnos los demócratas portugueses y españoles. Disponemos del mejor ambiente para enterrar fantasmas históricos, para anular prejuicios, para no dejar correr imágenes distorsionadas de uno y otro lado, para conocernos de verdad, para proponer planes estratégicos conjuntos. Hemos superado las consignas de fraternidad meramente retóricas del pasado y estamos explorando todas las potencialidades de una cooperación leal y fructífera. Por eso ha herido tanto que la Asamblea Municipal de Lisboa aprobara una moción de condena a la “deriva autoritaria” del Gobierno español en Cataluña en la que reclama una “solución política” que incluya la liberación de los presos del procés. La moción se votó el 26 de noviembre pasado, a propuesta del Partido Comunista, y fue aprobada gracias al apoyo del Parido Socialista, del Bloque de Izquierda, los comunistas y los tres partidos ecologistas, además de siete independientes.
Cuando vivíamos confiados pensando que estábamos en el mejor momento en las relaciones, volvemos a saber que subsisten problemas, muchos de los cuáles pueden encuadrarse bajo el concepto común de asimetría. Un concepto que no siempre hay que connotar negativamente, puesto que habrá entre nosotros asimetrías neutras y también asimetrías funcionales. Pero lo cierto es que también persisten asimetrías que debemos analizar y corregir en la medida de lo posible.

Hay entre España y Portugal diferencias de escala obvias, como las geográficas o demográficas. Hay también diferencias en cuanto a la homogeneidad cultural o identitaria. Y las hay derivadas de la Historia o de la geopolítica. Se trata de un campo de juego que hay que balizar y reconocer para, partiendode esa realidad asimétrica, construir un futuro conjunto.

Existen asimetrías político-administrativas, debido a nuestra diferente configuración regional, que se sienten sobre todo en las relaciones de frontera, en las que el nivel de interlocución política es muy diverso. Mientras España se ha descentralizado territorialmente de un modo profundo e irreversible, Portugal conoció en 1998 un rechazo en referéndum a un tímido intento de regionalización casi puramente administrativa. Pero esa diferencia no ha sido un obstáculo para la profundización y extensión de las relaciones. La diferente configuración político-territorial es un problema absolutamente menor si el clima de relaciones es tan fructífero como viene siendo desde los ochenta del siglo pasado. No hay un canon en este tipo de asuntos, no hay ortodoxos o heterodoxos, hay distintas historias, distintas tradiciones jurídicas, políticas o administrativas. Y con esa diversidad tenemos que convivir, trabajar y cooperar, pensando en la funcionalidad y en los problemas de la gente más que en simplistas equiparaciones puramente protocolarias o apriorismo nominalistas.

Otra asimetría a explorar es la cultural o nacional, si así se prefiere. Portugal es culturalmente muy homogéneo y no tiene problemas identitarios ni en su conjunto ni en sus territorios. Mientras, España es un Estado que engloba realidades culturales e identidades diversas cuyas relaciones a lo largo de la historia han pasado por todo tipo de avatares. Y ese es un estatus que debe ser preservado a toda costa. Ha habido una larga tradición militar y diplomática portuguesa -hoy heredada por un minoritario y elitista sector de algunas izquierdas portuguesas-que consideran que cualquier cosa que debilite a España es buena para Portugal. Que la península es políticamente muy desigual y que, si en vez de haber dos Estados hubiera algunos más, Portugal podría ostentar un papel que hasta ahora le ha negado la diferente escala de ambos países. Superar la desigual pareja actual a costa de la partición del más grande, creando más interlocutores estatales en la península, puede ser un sueño de algunos sectores independentistas e izquierdistas de ambos lados. Lo peligroso para las relaciones es la pretensión de algunos independentistas españoles de atraer a Portugal a la discusión sobre la configuración nacional de la península, a la que conciben como un espacio repleto de naciones sojuzgadas por una tan pérfida como finiquitada «Castilla».

Y así ocurrió en Lisboa. Desde minoritarios sectores de las izquierdas portuguesas, imbuidos por el pasado colonial, se percibe un cierto aroma que intenta trasladar la idea de que un pequeño núcleo de población en España sufre la opresión de un poder central no tan democrático como debiera, lo que les concedería el derecho a la autodeterminación. Ese derecho a la autodeterminación en cualquiera de sus variedades es completamente falso e inconstitucional. Y digo minoritarios sectores de las izquierdas portuguesas, porque La Cámara (Ayuntamiento), que ostenta el poder ejecutivo, ha rechazado la moción reiterando su «total respeto a la soberanía del Estado español». Como escribió Martín Caparrós, ¿quién que tenga apenas un poco de familiaridad con Cataluña puede, sin sonreír, afirmar que su nacionalidad es esclavizada; sulibertad, conculcada; su pueblo, exprimido? La mayoría de las regiones europeas pagarían para disfrutar de la autonomía política, económica, fiscal y lingüística de que disfruta Cataluña.

El pronunciamiento de la Asamblea Municipal de Lisboa entra dentrode esas periódicas invitaciones sutiles que se hacen para que Portugal deje de considerar asunto ajeno las actuales tensiones territoriales españolas. Los más atrevidos, que incluso sueñan con un nuevo y completo realineamiento peninsular, predican expresamente que Portugal puede y debe participar en ese ilusorio proyecto, lo que resultaría letal para el actual clima de excelentes relaciones de cooperación en todos los niveles. Ninguna debilidad de cualquiera de los dos socios ibéricos interesa estratégicamente. Lo que se necesita es precisamente la superación de esa tensión disgregadora creando otra igualmente poderosa, pero positiva y centrípeta, integradora. Unos y otros deberemos ponernos como tarea crecer por agregación mutua y consentida, en vez de debilitarse por segregación.

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Artículo publicado en el Boletín de la Academia de Yuste nº 5, Mayo 2020

Juan Carlos Rodríguez Ibarra ocupa el Sillón Manuel Godoy de la Academia Europea e Iberoamericana de Yuste

1 comentario en “La pérfida y finiquitada Castilla”

  1. Los partidos comunistas de España y Portugal piensan parecido. Habría que hacer la misma crítica al nuestro o todo vale?.

    Sr Rodiguez Ybarra, es vd. un referente al que se le echa en falta. Es la hora de los valientes ser de izquierdas (en esencia no en discurso), aunque cueste.

    Un saludo.

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