La sala Tàpies

Rajoy y Puigdemont
Si algún presidente autonómico del norte, del sur, del este o del oeste llegó a pensar en algún momento que era el rey del mambo, que se le vaya quitando esa megalomanía de la cabeza porque como dice el editorial de El País del pasado 21 de abril, «El hecho de que Rajoy compareciera ante la prensa cuando no lo había hecho tras entrevistarse con otros presidentes autonómicos es un gesto a valorar».

No hay que ser un genio para interpretar el gesto: Rajoy considera al presidente Puigdemont con más categoría e importancia que a cualquier otro colega del catalán. El detalle que Rajoy tuvo con el Molt Honorable situaba al resto de presidentes autonómicos en la segunda división por muchas anchoas que le lleven o por mucha lealtad que profesen al Estado, a la Constitución y a él como presidente del Gobierno de España. La desigualdad de trato institucional que se practica en España sería inadmisible en la República Federal de Alemania, donde el presidente de la Ciudad Hanseática Libre de Bremen tiene la misma consideración, el mismo trato y las mismas competencias que el presidente del Estado Libre de Baviera, aunque Bremen tenga sólo seiscientos mil habitantes y doce millones Baviera. En eso consiste el federalismo que tanto se pregona.

Pero, además, y según cuentan las crónicas periodísticas, lo más reseñable del encuentro fue el acuerdo al que llegaron ambos mandatarios para que se mantengan contactos institucionales a nivel de las respectivas vicepresidencias para estudiar algunas de las 46 reivindicaciones planteadas por Puigdemont. No pasaron ni 24 horas para que el jueves, es decir, un día después de la cita en Moncloa, la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría y el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, acordaran reunirse el próximo día 28 de abril, en Barcelona. Ese encuentro servirá para tratar de vislumbrar posibles respuestas a las peticiones que Puigdemont planteó el miércoles pasado a Mariano Rajoy y que superan con creces las 23 que Artur Mas dejó sobre la mesa del presidente del Gobierno en el verano de 2014.

Cualquier presidente autonómico se hubiera dado con un canto en los dientes si hubiera sido recibido en el salón Tàpies, donde recibe Rajoy a las máximas autoridades o si hubiera podido dejar sus reivindicaciones para que una persona tan eficiente como la vicepresidenta Sáenz de Santamaría viajara a la semana siguiente a su región para tratar todos y cada uno de los temas planteados.

¿Qué tiene Puigdemont que no tengan Susana Díaz, Javier Fernández, Cristina Cifuentes, Juan Vicente Herrera, Guillermo Fernández Vara, Uxue Barkos, Iñigo Urkullu, etc? Bueno, no hace falta explicitarlo. Todo el mundo sabe que Puigdemont está comprometido con el mandato democrático del Parlament para crear un Estado independiente allí donde nunca hubo nación, Estado o reino al margen de la Corona hispánica o del Estado español. Visto lo visto, cualquiera podría pensar que en este país nuestro se prima la deslealtad, el desprecio a la Constitución y el corte de mangas a la soberanía nacional. El presidente catalán se iría a su tierra con la idea de que no hay como tocar las narices al prójimo para que el prójimo se asuste. Dejó una lista de reivindicaciones y, para que no quedaran dudas, le anunció su firme convencimiento de llevar a Cataluña «a las puertas de la independencia».

Cuando se percibe ese desequilibrio entre comunidades, se tienen la sensación de que España está formada por un conjunto de pueblos, todos contentos y felices de ser, sentirse y vivir en España, menos uno, Cataluña, que se siente incómodo por convivir con el resto. Algunas regiones desearían sentirse incómodas en España teniendo la misma situación que los que quieren irse. ¿Por qué creen los que dicen sentirse incómodos que el resto se siente feliz y contento?

El caso es que con el cuento de «Cataluña incómoda y Cataluña paga más que recibe», Puigdemont recibió un trato que no recibieron los otros presidentes autonómicos. Una imagen vale más que mil palabras. Si usted, cuando fue a ver al presidente del Gobierno, no fue recibido en la sala Tàpies, no se sienta minusvalorado; la razón de tal desaire radica en su lealtad constitucional. Y eso en España cada día pesa menos.

Leer «La sala Tàpies» en El Huffington Post

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