Marcos: «¡Las cajas volverán!»

José Antonio Marcos Blanco. Foto: César Quian
José Antonio Marcos Blanco. Foto: César Quian

Hasta el último día, José Antonio Marcos creyó que las cajas de ahorros volverían. La desaparición de Caja Badajoz, donde el prestó sus servicios profesionales durante tantos años, fue para él un mazazo que no supo ni pudo superar.

Cuando el mercado financiero eliminó a su mayor competencia, las cajas de ahorros, José Antonio Marcos ya se había jubilado con todos los honores y el reconocimiento de la ciudad de Badajoz, que le nombró hijo adoptivo y le dio su nombre a una calle de la capital pacense. En esa ciudad en la que existe una residencia universitaria que también lleva su nombre. Nada de eso compensó el malestar que le produjo que una caja solvente se malvendiera al mejor postor con el único fin de quitarla del mercado y así evitar competencias y ayudar más a vaciar la España vaciada.

Le visité hace poco en su casa de La Coruña y allí, con la televisión extremeña, que siempre estaba encendida, el Chato Marcos me volvió a decir: «Juan Carlos, ¡las cajas volverán!».

Le vi enfermo y supe que mi amigo, al que no conocía cuando se le contrató para dirigir Caja Badajoz, estaba pagando un alto precio que le hacía convivir con el dolor de ver como Extremadura en general y Badajoz en particular había perdido, sin explicación razonable alguna, la institución financiera que nació y creció con los ahorros y los esfuerzos de miles de extremeños. Esos esfuerzos, que Marcos conocía bien, sellaron su compromiso con Extremadura, poniendo en valor la confianza depositada en Caja Badajoz por tantos y tantos extremeños que con sus depósitos hicieron de Caja Badajoz una gran caja. Caja Badajoz no estaba mal gestionada cuando fuer forzada a fusionarse con otras cajas.

Era falsa la leyenda de que todas las cajas estaban politizadas y en quiebra. En las cajas extremeñas jamás se metió ni la mano ni las narices. Cuando los políticos manejaron las cajas a su antojo y en su beneficio fue porque los directores generales fueron unos papanatas a los que solo les interesaban sus sueldos, sus planes de pensiones y sus bonos. José Antonio no era, precisamente un papanatas. Fue un profesional de los pies a la cabeza. Cuando le conocí de director general y yo de presidente de la Junta de Extremadura le dije: «Nunca le diré a usted cómo tienen que gestionar esta caja; si yo no lo voy a hacer, no haga caso a nadie por debajo de mí». Me contestó: «No se preocupe presidente, si usted me hubiera dicho lo contrario, yo no hubiera aceptado este trabajo».

No desvelo nada si digo que José Antonio Marcos trabajó para Caja Badajoz, vivió para la caja, enfermó por la caja y murió por la caja. Esa caja que él dejó saneada, la más saneada de todas, y que despareció cuando él se marchó.
Volvió jubilado a su Galicia donde había sacado adelante la Caja de Orense, a la que cogió en la uvi bancaria y la dejó como sexta caja de España. Extremadura ha sabido reconocer la labor de un gran hombre y un excelente profesional. ¿Y Galicia?

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