El expresidente de la Generalitat aseguró a Jordi Évole en una entrevista en el programa Salvados de La Sexta, el pasado 5 de marzo de 2012, que los corruptos no le han tentado, porque «los que tientan ya saben que hay gente a la que no se puede tentar». Sin embargo, Pujol reconoció que «en la política se aspira al poder y el poder, poco o mucho, tiene capacidad de corrupción».
A la vista de la confesión de Pujol de hace dos semanas no queda más remedio que creerle. A él no le tentaron los corruptos; fue él quien los tentó y, parece ser, extorsionó. El tiempo, y la acción de la Justicia, nos dirá cómo fue, a cuántos y cuándo. Mientras tanto, algunos puntos de vista sobre el caso Pujol:
1. ¿Qué pensarían los hijos del Sr. Pujol cuando, ya siendo mayores de edad y con capacidad para discernir lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo decente de lo indecente, escucharan a su padre y presidente catalán hablar en público y con desparpajo sobre la honradez o la limpieza en la vida y en la política, mientras que en su casa, con los postigos entornados, aleccionaba a su prole sobre los mecanismos para robar a la gente? ¿Qué clase de persona se tiene que ser para no sentir el más mínimo pudor a la hora de implicar a los hijos en un negocio ilícito, en una aventura deshonrosa, mientras se pontifica por fuera con la soberbia con que lo hacía el entonces Molt Honorable President? ¿Quién habrá sido capaz de pudrir la conciencia de siete personas, los hijos de Pujol, como para que ninguno de ellos renunciara a esa forma tan indigna de hacer fortuna? ¿Qué tipo de educación habrán recibido para que ninguno se saliera del camino torcido?
Se puede interpretar que sus andanzas eran conocidas por quienes tenían la obligación de evitar el fraude y la corrupción, pero que si no se persiguieron fue por el hecho de que Pujol representaba el muro de contención que embalsaba las aguas independentistas
2. A la vista de lo que se ha dicho y escrito a raíz de las declaraciones de Pujol en las que reconocía su fechoría durante 34 años, se puede interpretar que las andanzas de esta persona eran conocidas por quienes tenían la obligación de evitar el fraude y la corrupción, pero que si no se persiguieron fue por el hecho de que Pujol representaba el muro de contención que embalsaba las aguas independentistas que, de cuando en cuando, prometían saltar por encima del aliviadero. El trato (¿?) podría formularse así: “El Estado sabe que estás usando el cargo de presidente de Cataluña para tu propio beneficio, el de tu familia y el de tus amigos; mientras sigas siendo nacionalista y entretengas a los catalanes con tus cosas y con tu soberbia sin traspasar el umbral que lleva a la secesión, haremos la vista gorda y te dejaremos disfrutar del juguete que tanto te gusta y que tanto te sirve”.
Mientras Pujol fue presidente, el supuesto pacto funcionó. Lo que sorprende es que Pujol, una vez dejada su herencia política en manos de Mas y su otra herencia en manos de los paraísos fiscales, decidiera apuntarse a la aventura secesionista de Mas y de Junqueras. Si el pacto existió, Pujol debía saber que si se rompía por su parte, el Estado revelaría a la opinión pública y pondría en manos de la Justicia el origen de su fortuna y la forma en la que sus hijos llegaron tan lejos económicamente.
El escenario no puede ser más que o bien no es cierto el acuerdo del que se ha hablado entre líneas a lo largo de estas dos semanas y, por lo tanto, más vale tarde que nunca el hallazgo del fraude, o bien el pacto existió, pero Pujol no ha sido capaz de cumplirlo desde su alejamiento del poder institucional de Cataluña y desde la fuerza que la riada independentista ha adquirido en los últimos tiempos, llevándose por delante el muro de contención. En el primer supuesto, Pujol y su familia tienen un grave problema. En el segundo, Pujol y su familia tienen un grave problema; y el Estado, también.
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