El domingo acaba el campeonato del mundo de fútbol que durante algo más de un mes se está celebrando en Brasil. Las dos sorpresas mayores de todas las que se han producido las han protagonizado las selecciones nacionales de España, país que se presentaba para defender su título de campeona del mundo, y la de Brasil, anfitriona del evento.
El conjunto español hizo las maletas de regreso nada más comenzar el campeonato. El equipo no lo hizo tan bien como hace cuatro años y fueron eliminados en la primera ronda. El seleccionado carioca llegó mucho más lejos como preveían los que entienden, o se supone que entienden, de fútbol. Los brasileños se plantaron en la semifinal pero tuvieron la desgracia de ser eliminados por el conjunto alemán con una goleada de esas que causan escándalo y extrañeza. La anfitriona y la campeona no se enfrentarán en la final del domingo. La española no llegó a clasificarse como deseaban muchos aficionados brasileños y Brasil no llegó a la final como querían, en venganza, muchos forofos españoles.
Los españoles se tomaron el fracaso con serenidad. Tal vez muchos pensaron que no había razones para amargarse la vida. Bastantes problemas tenemos con la crisis económica y social como para amargarse la vida con la derrota de un equipo de fútbol
Los españoles se tomaron el fracaso con mucha más serenidad de la que podía esperarse por parte de quienes llegaron a Brasil con una estrella de campeones en el pecho. Tal vez muchos pensaron que no había razones para amargarse la vida. Total, la selección española había vuelto por sus derroteros y bastantes problemas tenemos con la crisis económica y social como para amargarse la vida con la derrota de un equipo de fútbol.
Un mes después, los españoles vivimos igual que antes de la derrota y seguiríamos viviendo de la misma forma si el domingo el conjunto español fuera uno de los dos equipos que van a disputar la final del campeonato. Los brasileños, por el contrario, han sufrido una enorme decepción que se tradujo en violencia en las calles de las principales ciudades. Fue tal el desencanto que la prensa piensa que ese mal resultado futbolístico puede traducirse en un mal resultado para el partido del gobierno en las elecciones presidenciales del próximo otoño. No sé valorar si es peor que te manden a casa a las primeras de cambio o que te manden casi al final con una goleada de esas que los aficionados no acaban de encajar nunca.
Muchas personas no aciertan a comprender las razones por las que algunos depositan en once jugadores de fútbol el prestigio y la vergüenza de un país. Brasil sigue siendo la nación que era antes de que los futbolistas alemanes les endosaran siete goles a los jugadores brasileños. Podía haber sido al revés y nada hubiera cambiado para los brasileños como pueblo, o para los alemanes.Ningún país puede sufrir las consecuencias de un mal resultado deportivo; que los jugadores brasileños se descompusieran al recibir el segundo tanto alemán son lances de un juego en el que unas veces ganan unos y otras veces otros. Nadie tiene la culpa de que al jugador estrella de la selección carioca, Neymar, le rompieran una vértebra en un partido anterior y no pudiera estar disponible para dirigir el ataque brasileño. Sin esa eventualidad, tal vez, las cosas hubieran ido de diferente forma. Los futbolistas, cuando terminan un partido, siempre dicen eso tan socorrido de que “el fútbol es así”, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Todo estaba decidido para que los equipos que se enfrentarían en la final fueran los de Alemania y Argentina, es decir, los países que vieron nacer a los dos Papas actuales, Ratzinger y Bergoglio
En esta ocasión, en este campeonato, el fútbol iba a ser así. Todo estaba decidido para que los equipos que se enfrentarían en la final fueran los de Alemania y Argentina, es decir, los países que vieron nacer a los dos Papas actuales, Ratzinger y Bergoglio, que siendo Papas, uno jubilado y el otro en activo, han ejercido toda su capacidad de influencia ante quienes tienen el poder de decidir, por encima de árbitros, el resultado de un partido de fútbol. Para nada sirvieron las plegarias de los jugadores de algunos equipos que, en algunos casos, hicieron una exhibición rogatoria de gran vistosidad pero de poquísima influencia, visto lo visto. El nacionalismo ha podido más que las oraciones, y ambos Papas han atendido más a los colores de sus respectivas banderas nacionales que las oraciones de los fieles brasileños.
Ahora se trata de saber si podrá más la influencia celestial del jarrón chino vaticano o la del argentino. Sospechan algunos que el Papa Francisco ha dirigido una misiva a Messi diciéndole que él hará lo que pueda pero que infalible sólo lo es cuando habla ex cathedra y ahora toca meter goles.
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