Nuestro país no puede seguir esperando que todo vuelva a ser como antes y que el desarrollo y el progreso revivan como por arte de magia o como si aquí no hubiera pasado nada y la crisis sólo hubiera sido un mal sueño del que ya hemos despertado. A todos nos gustaría poder creer que lo que se dice en las tribunas políticas coincide con lo que se dice en la calle respecto a la superación de la crisis. A todos nos gustaría que llevara razón el Gobierno cuando hace alardes sobre nuestra economía, y no la oposición cuando los niega.
Pero olvidemos, por un momento, el baile de cifras y los titulares de prensa utilizados como arma arrojadiza por Gobierno y oposición y preguntémonos por las razones que nos puedan hacer recuperar la fe y la esperanza en las posibilidades de nuestro país. ¿Qué es lo que podría llevarnos al optimismo? ¿Qué es lo que estamos haciendo ahora, distinto de los que hacíamos antes en cuanto a la forma de producir y competir? ¿En qué ha variado nuestra agricultura o nuestra industria agraria y pesquera? ¿Qué innovaciones se han hecho como para que se pueda pensar que por ahí está asomando la pata del despegue? Nuestra industria sigue debilitándose y reduciéndose, año a año, sin que nadie parezca darle a este hecho la importancia que merece. Parecía que las exportaciones indicaban que todo iba a mejor pero, una vez más, se demuestra que tratar de exportar más por ser más baratos es pan para hoy y hambre para mañana. Exporta más quien innova más.
¿Qué es lo que estamos haciendo ahora, distinto de los que hacíamos antes en cuanto a la forma de producir y competir? ¿En qué ha variado nuestra agricultura o nuestra industria pesquera? ¿Qué innovaciones se han hecho como para que se pueda pensar que por ahí asoma la pata del despegue?
La Primavera Árabe, además de tratar de democratizar países autócratas y autoritarios, ha conseguido sembrar la inestabilidad política, institucional y económica en países mediterráneos que prometían convertirse en potencias turísticas y en competencia tremenda para los países tradicionalmente vendedores de turismo para Europa y el resto del mundo. Esa inestabilidad ha salvado el sector turístico español, que se ha visto beneficiado por el temor de los potenciales clientes a visitar zonas de alto riesgo. Pero eso no va a durar siempre, por lo que no podemos cantar victoria por el mero hecho de aprovechar la coyuntura.
Con una perspectiva temporal más amplia, lo que se desprende de cualquier dato de los muchos que se manejan y se manipulan es que la estructura económica de España apenas ha cambiado en los últimos cuarenta años, a diferencia de lo mucho que lo ha hecho nuestra sociedad en otros ámbitos. Crecemos poco o nada y no estamos a la cabeza de la competitividad mundial. Ya hemos bajado los salarios y estamos cerca de la raya del subdesarrollo salarial, pero lejos de la frontera de la innovación tecnológica, que es a la que tenemos que aproximarnos si se quiere que España supere con éxito la larga crisis económica en la que se encuentra sumida.
Necesitamos urgentemente un auténtico cambio cultural, donde se prime todo lo que implique creación de nuevos productos y servicios tecnológicamente avanzados. Y eso no tiene nada que ver con tarifas planas en costes sociales ni con reformas laborales o fiscales al estilo de las acometidas o anunciadas por el Gobierno a propósito de los Presupuestos Generales del Estado aprobados recientemente para 2015.
Necesitamos urgentemente un auténtico cambio cultural, donde se prime todo lo que implique creación de nuevos productos y servicios tecnológicamente avanzados. Y eso no tiene nada que ver con las reformas acometidas por el Gobierno
Teóricamente pudiera ser que el campeonato de la Liga de Futbol Profesional de esta temporada lo ganara algún equipo que se encuentra de la mitad de la tabla para abajo, pero acertará quien apueste por los tres o cuatro primeros clasificados. España se sitúa por debajo de la media de la innovación tecnológica y por eso no ganará el futuro, por mucho que traten de consolarnos con cifras y datos utilizados interesadamente por quienes los manejan. Las economías más avanzadas no son aquellas que disfrutan de sueldos más bajos, sino las que son capaces de mantenerse en cabeza en materia de innovación, anticipándose a las necesidades de las generaciones futuras, cuando no creándolas directamente.
Queda mucho por hacer en ese terreno en España si nos comparamos con la media de la Unión Europea. Si la democracia adquiere mayor calidad cuando internet aumenta la libertad de expresión, si los países más prósperos y los negocios más rentables son aquellos que entran dentro de ese esquema tecnológico, no parece que, quienes se alejan de la frontera por arriba situándose en los límites por abajo, estén en condiciones de ganar el futuro. Gómez Barroso, J. L. y Feijoo afirman sobre internet: “Ya no es su existencia un incentivo al desarrollo económico sino al contrario, su inexistencia es una barrera para dicho desarrollo”. (El despliegue de redes de acceso ultrarrápidas: un análisis prospectivo de los límites del mercado. Papeles de Economía Española, Nº 136). Como en otros trances de la historia, al aparecer nuevas prácticas por la irrupción de nuevas herramientas, quienes -fueran o no los inventores- se apropiaron de ellas pudieron vislumbrar múltiples posibilidades, mientras que quienes les dieron la espalda quedaron fuera y, en no pocas ocasiones, pagaron un alto precio por su insensatez al no anticiparse a lo que estaba en juego.
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