Ni soy jurista ni tengo la formación exigible para poder saber si la sentencia del Tribunal Supremo sobre el juicio del procés se ajusta o no a Derecho. La acepto, sin más. Lo que no ha dejado de llamarme la atención ha sido la constante sobreactuación en relación con la exaltación del respeto escrupuloso a los derechos de los procesados.
No me cabe la menor duda de que el Tribunal Supremo siempre garantiza los derechos que asisten a cualquier ciudadano, cualquiera que sea su condición. Si en este juicio se ha querido destacar lo evidente, puede ser porque el Supremo haya tenido un ojo en España y otro en Estrasburgo, mientras que ese temor se ignore, soslaye o subestime si los procesados tienen menos posibilidades de hacerse oír en ese espacio judicial europeo. ¿A qué venía y viene, si no, acentuar lo obvio?
Pero, siendo lego en la materia, sí me considero capacitado para opinar sobre los fundamentos en los que descansa esa sentencia que desoye los argumentos del juez instructor y de los fiscales en relación con la petición de rebelión para los procesados en esa causa. El escrito del Supremo no considera que se haya cometido ningún acto que tenga que ver con el delito de rebelión, porque los procesados no pretendieron alterar la Constitución ni el Estatuto de Autonomía para Cataluña.
Según la sentencia, Junqueras y todos los demás actuaron en el gran teatro de la independencia. Lo que hicieron no fue más que un vulgar «señuelo» tendente a engañar a todo un Gobierno de la nación española, que aplicó el excepcional artículo 155 de la Constitución apoyado por otros partidos que tampoco fueron conscientes del camelo.
Consiguieron confundir al jefe del Estado que, víctima del engaño, pronunció un discurso comprometido
Consiguieron confundir al Jefe del Estado que, víctima del engaño, pronunció un discurso comprometido y televisado en el que afirmó que «determinadas autoridades de Cataluña, de manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía , quebrantando los principios democráticos de todo Estado de Derecho».
Debió ser que la buena representación de los actores desorientó a los directivos de miles de empresas radicadas en Cataluña que, intimidados por el espejuelo, huyeron despavoridos mientras los artífices del engaño se burlaban de semejantes inocentes.
¿A qué vino el 155, el discurso del Rey y la huida empresarial si todo era una farsa, un farol, un «despliegue retórico»? ¿Por qué no se dieron cuenta de que, como dice la sentencia del Supremo, la declaración de independencia fue «una declaración ineficaz y simbólica. Una ensoñación jurídicamente inviable»?
Visto lo visto, si el Tribunal Supremos lleva razón y le asiste la verdad cuando no considera golpe de Estado o rebelión lo ocurrido en Cataluña, se supone que mantendrá esa doctrina para todos los casos en los que, en circunstancias similares, los procesados argumenten que no pretendían nada más que engañar a lo que ellos considerarían el inocente e ingenuo pueblo español. La veda se ha abierto.
Si alguien tiene la intención de birlarnos la democracia y no lo consigue, no tendrá más que sentarse en el banquillo de los acusados y contarles a los magistrados el cuento de aquel que nos puso un cebo para ver si picábamos y creíamos que iba a secuestrar la Constitución. Lo que no sé es cómo no se le ocurrió semejante chiste al tipo aquel que en febrero de 1981 entró en el Congreso de los Diputados con el argumento de que perseguía a etarras que habían entrado en el recinto de la palabra.
Debo reconocer que Tejero fue mucho más valiente que los cobardes del ‘procés’
Debo reconocer, y bastante que me cuesta por el desprecio que tengo hacia el personaje, que Tejero fue mucho más valiente que los cobardes del procés. El guardia civil no se refugió en el artificio y mantuvo el tipo; nunca dijo que el golpe fuera un señuelo. Tejero mantuvo la autoría de la fechoría.
Si lo magistrados han creído a los procesados, o una de dos: o le han tomado el pelo a ellos o se lo han tomado a los que siguen creyendo que con semejantes personajes que no tienen el coraje de mantener lo hecho, se puede conseguir cualquier objetivo.
Entre los que salieron corriendo y entre los que le contaron a los magistrados que todo era mentira, no se entiende que una parte del pueblo catalán se deje seducir y conducir por gente que tira la piedra y esconde la mano.
Y ahora, el presidente Torra dice que «lo volveremos a hacer». ¿Qué volverán a hacer? ¿Otro teatrillo? ¿Otro señuelo? Y el huido Puigdemont dice que «ahora más que nunca a vuestro lado. ¿Es que ya entró en la cárcel de Lledoners?
No es extraño que Guardiola o Xavi, que con tanto orgullo lucieron el brazalete de la selección española de futbol o el del club de sus amores, el Barça, que por tres veces distinguió a Franco con sus mejores relicarios, el último de ellos en 1974, califiquen de vergüenza la condena a los líderes independentistas. Ambos entrenadores habrán pensado que, como decía el gran Gila, «si no aguantan una broma, que se vayan del pueblo».
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