En muchas partes de España se ve a niños y niñas arrastrando sus coches de bomberos, o sus ambulancias en miniatura, o sus coches de muñecos, o sus bicicletas sin pedales. En contraste, en Granollers, hemos visto a niños lanzando contenedores pequeños de basuras contra un muñeco que vestido con uniforma policial representaba a los Mossos D’Escuadra.
Sus madres también se ejercitaban lanzando cócteles molotov en simulacros de pelea con ese cuerpo policial. Y a los niños participantes se les enseñaba a tener más puntería que sus madres a la hora de lanzar esos cócteles molotov contra el espantajo vestido con uniforme policial.
Recientemente, un matrimonio ha sido detenido por haber dejado solo a un niño de 7 años en la piscina de la urbanización donde viven. Los padres de los niños de esa misma edad no han sido conducidos a Comisaría de policía por haber dejado solos a niños en riesgo de aprender a ser terroristas. A nadar y a matar se aprende si se lo proponen los monitores. No creo que por el camino que van, esos niños lleguen a ser Rafa Nadal, Carlos Alcaraz o Lamine Yamal. Más bien, su futuro puede situarse en cualquier comisaría de esos Mossos a los que aprendieron a matar de mentira.
No sé qué clase de enfermedad aqueja a la sociedad española y a la sociedad catalana. Debe ser que nos hemos acostumbrado al disparate diario que ya no nos impresiona cualquier acontecimiento por muy lacerante que este sea. Más pendientes de la sentencia que un tribunal de Justicia de Tailandia ha impuesto a un español, que por lo visto descuartizó a un ciudadano colombiano, ha pasado casi sin armar ruido el curso de adiestramiento de mujeres y niños en las artes terroristas, con taller de cócteles molotov incluido y la mejor forma de arrojar contenedores contra los policías que intentan mantener el orden y el respeto a las leyes.
Estoy seguro que la sociedad pondría el grito en el cielo si esa práctica de guerrilla urbana fuera impulsada por algunos radicales del estado islámico. La fiscalía, el ministro del Interior y el defensor del menor utilizarían todos los recursos que las leyes ponen a su alcance para ajustar cuentas con semejantes atrocidades. Imaginen a Hamas enseñando a niños a colocarse entre pecho y espalda un chaleco cargado de bombas de fogueo para hacerlas estallar en cualquier edificio o tren español.
Si en cualquier parte de España se hiciera un taller para lapidar a un muñeco con barretina, la fiscalía intervendría denunciando a los promotores de semejante idiotez por delito de odio. Afortunadamente en el resto de España no se práctica la convivencia al estilo independentista catalán.