Dimitir por mentir


Dimitieron porque mintieron en su currículo. No eran lo que escribieron en el formulario que les entregaron al tomar posesión de sus respectivos cargos institucionales o políticos a niveles locales, provinciales, regionales o nacionales.

Currículum falso

Nadie entiende muy bien las razones que les asistieron para presumir de aquello de lo que carecen. Ningún elector debe sentirse engañado porque a nadie se le vota o se le elige por su titulación académica o profesional. Es casi imposible que los electores sepamos si nuestros representantes votados en unas elecciones son diplomados, licenciados, doctores o sin estudios superiores. Nadie se sube a una tribuna o comparece ante un micrófono o una cámara de televisión invitando a los ciudadanos a votarles por su currículum. ¿Han hecho bien los que han sido cazados en sus mentiras? No les quedaba otra salida. Tarde o temprano el mentiroso, al que nada ni nadie le obligaba a mentir, termina siendo víctima de su propio engaño. Debe ser un problema de complejo de inferioridad. ¿A qué viene engordar el historial académico si nadie lo exige ni lo compulsa? Excelentes políticos ha habido sin títulos universitarios. Feijóo dijo que las vacaciones están sobrevaloradas. Lo que de verdad está sobrevalorado es la titulación en política. Un ingeniero agrónomo no tiene por qué ser un excelente ministro de Agricultura. Un filósofo no tiene por qué ser un brillante presidente del Senado. Un licenciado en periodismo no tiene por qué ser un perfecto portavoz del gobierno. Un maestro no tiene por qué ser un buen ministro de educación. Un general del Ejército puede ser que no reúna las condiciones necesarias para ser el mejor ministro de Defensa de la democracia. La vicepresidenta segunda del gobierno que añora una ministra cocinera o un ministro albañil, perdió la oportunidad de hacerlo cuando su coalición entregó el nombre de seis personas para integrar los ministerios a los que tenía derecho como consecuencia de la coalición. Prefirió a gente de la alta burguesía para así presumir de intelectualidad, dando a entender lo brillante que son sus compañeros de desgracias.

Sea como sea, sin engañar a los electores, nadie los votó por su currículum, mintieron y dimitieron.

¿Qué tendrían que haber hecho esos mismos dimisionarios si se hubiera sabido que mintieron a sus electores a los que prometieron una cosa y votaron otra? Nadie dijo que se les votara por sus currículos, pero si dijeron, por ejemplo, que se les votara porque estarían en contra de los indultos o la amnistía a los que traicionaron la Constitución en 2017?

¿Qué tendrán que hacer quienes se subieron a una tribuna pidiendo el voto para así impedir la imposición de un cupo para Cataluña y tienen todas las trazas de que votarán a favor de ese cupo (Borrell, dixit), aunque lo disfracen de lagarterana?

¿Qué tendrían que hacer quienes recibieron el aplauso de sus oyentes cuando juraron y perjuraron que jamás aceptarían el voto de quienes, como la gente de Otegi, antes nos mataban y ahora nos apoyan?

Los que falsearon su currículum lo hicieron secretamente. Los que falsearon sus promesas lo hicieron con luz y taquígrafo.

Para mí resulta más grave mentir sobre realidades que sobre currículos.

Es una sociedad rara. Castiga al que miente a la institución y no castiga al que miente públicamente a cada uno de nosotros.

Los que ya tenemos a nuestras espaldas tres cuartos de siglo, o más, sentimos pena y decepción cuando vemos el final de cada curso político. Sabemos que cada vez nos falta menos y que no serán muchos esos finales para nosotros. Final de otro curso político perdido en broncas, malos modos y desaires. Pocos finales de curso nos quedan. No hay derecho a que hayan echado a perder uno más.

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