El porcentaje de titulados universitarios españoles que actualmente ejercen la profesión para la que estudiaron es bajísimo y enorme el número de cursos y másteres que deben realizar esos mismos universitarios, una vez finalizadas sus carreras, para conocer y adecuarse al sector del mercado al que pretenden acceder.
No se trata de poner en cuestión la necesidad de un cierto porcentaje de especialistas puros en cada materia, pero creo que sería obligado que la mayoría de los estudiantes tuvieran un conocimiento previo de la sociedad en la que van a trabajar y, en consecuencia, eligieran sus disciplinas ajustándolas al sector en el que pretenden aplicar sus conocimientos. La universidad no puede seguir organizando los conocimientos a impartir al margen de las demandas de la nueva sociedad, que es distinta de la sociedad que hemos vivido desde finales del siglo XX para atrás. La universidad debe ser el observatorio de la evolución de mercados y de comportamientos sociales para poder reorientar sus enseñanzas permanentemente y, de esa forma, ofertar a sus estudiantes currículos adecuados que les permitan desarrollar la imaginación y la capacidad creativa sobre situaciones reales.
Desde mi punto de vista, está obsoleto el concepto mismo de titulación como unidad de acreditación de la formación adquirida, habilitadora para el ejercicio profesional. Comprendo las dificultades que acarrearía una universidad sin un catálogo de títulos estándar y consensuado internacionalmente. Una fórmula de transición supondría el establecimiento de planes de estudios en los que la troncalidad abarcara estrictamente los créditos mínimos, que habilitaran para el ejercicio eficaz de sus funciones laborales o profesionales. El resto de los créditos a cursar serían libremente elegidos por cada estudiante entre la oferta contenida en el proyecto educativo de la universidad, o incluso de otras universidades, en función del diseño curricular que se haga cada estudiante.
A los príncipes herederos, a quienes van a ser reyes, se les diseña un currículo universitario que va más allá del corsé que ofrece un título; se seleccionan sus temas de estudio en función de la actividad que van a desarrollar cuando sean Jefes de Estado. Cada alumno universitario, en mi opinión, debería tener el mismo derecho, el derecho a ser tratado como un príncipe heredero, con un trayecto universitario ajustado a la sociedad en la que va a desarrollar su tarea profesional.
En definitiva, me pronuncio por un nuevo modelo que requeriría la descatalogación de las actuales titulaciones oficiales, para ser sustituidas por un catálogo de conocimientos y habilidades para las distintas funciones laborales y profesionales. Cada día se extiende más la idea de que la formación digital es transversal. Ya no se decide el futuro universitario si por letras o por ciencias. Si esa es la nueva realidad, no se entiende que las estructuras departamentales de las universidades sigan manteniendo su condición de departamentos estancos que chocan contra esa transversalidad.
Tal vez el casi millón y medio de universitarios, hoy en riesgo de pobreza, sea una de las consecuencias de esa formación universitaria, válida para el siglo XX y desfasada para el siglo XXI.
En España se sigue amenazando a los estudiantes con notas deficientes con el dilema: “O estudias o trabajas”, creando el artificio de que estudiar es una bicoca, mientras que trabajar es un castigo. En los países de nuestro entorno la experiencia laboral de los jóvenes menores de 30 años consiste en dedicar unos años a compaginar el estudio con el trabajo y a continuación de ese proceso, continuar con una experiencia laboral. Un europeo de los países de nuestro entorno, al cumplir los 30 años ha cubierto de 8 a 10 años una experiencia laboral. Un joven suizo, menor de 30 años, dedica casi 4 años a compaginar estudio más trabajo y 6 años a la vida laboral. Un holandés supera esa cifra de trabajo y estudio (casi 5 años) y cinco años a lo laboral. Un alemán, dedica tres años y medio a trabajar y estudiar y 6 años al trabajo. Por el contrario, un español dedica 0,7 años a compaginar estudio y trabajo y 4 años al trabajo. Con 30 años, su experiencia laboral no llega a 5 años.
El abandono escolar en España supera con creces las cifras de la OCDE. “O voy a la Universidad o abandono los estudios”. En esos países que van por delante ofrecen alternativas a esos jóvenes que en España siguen sin gozar de prestigio; me refiero a la Formación Profesional Dual. Solo el 33% de estudiantes españoles acuden a la FP Dual, mientras que en Austria esa cifra sube hasta el 70% o al 66% en Suiza. El resultado en estos países de nuestro entorno es de un paro juvenil del 10,6% en Austria o del 6,4% en Suiza. En España ese porcentaje es del 48%. Algo está fallando en nuestro sistema educativo.
Bien nos acordamos de la ley Moyano….