Los humanos somos algo paradójicos en ocasiones especiales. Escribimos o pregonamos virtudes y nos deshacemos en elogios y halagos para que sean leídos o escuchados por todo el mundo menos por el destinatario de dolidas necrológicas. Seguro que a Guillermo le hubiera encantado haber encontrado durante su enfermedad la ristra de comentarios de los que ya no puede disfrutar.

Mi madre siempre profetizó que debería dedicarme a algo que no exigiera destreza con las manos. Y llevaba razón. Un fin de semana, en Santo Domingo de Olivenza, intenté apretar un tornillito de la patilla de mis gafas de miope con una navaja. Hice fuerza y la navaja se cerró. Se llevó parte de la yema de mi dedo índice. Sangraba bastante. Salí para ir a Olivenza a comprar algo que detuviera la pequeña hemorragia. Me encontré con una persona que, al parecer, buscaba comprar una casa en esa pedanía. Era médico. Me saludó y cuando observó la sangre en mi mano me dijo que montara en su coche para ir al centro de salud oliventino. Así conocí a Guillermo.
Compró la casa en la aldea y comenzamos a charlar los fines de semana, tomando una cerveza en la caseta de los escoltas. Creo que esas charlas le sirvieron a Guillermo para conocer de primera mano las razones que animaban a un político de izquierdas. Cuando el PP quiso acabar con él por su veleidad popular, le dije a la prensa que “había más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por cien justos que perseveran”. Una frase que se ajustaba a su fe cristiana. Se acabó la especulación y Guillermo entendió el mensaje.

No me guió la amistad para proponer su nombre al órgano del PSOE encargado de aceptarlo o rechazarlo. Si hubiera sido solo la amistad, hubiera tenido que realizar un sorteo entre amigos más antiguos y que sintonizaban más con la manera en que tuve que enfrentarme a una región que, por desgracia, no tenía casi nada de nada y en la que por suerte había que hacer de todo.
La Extremadura de 1983 no era desgraciadamente la de 2007. En este último año había que buscar un candidato para dirigir la Junta de Extremadura con condiciones políticas diferentes a las que yo tuve que poner de manifiesto en épocas anteriores. La dureza de los años ochenta y noventa no eran ya necesarios en la primera década del siglo XXI. Un carácter menos radical se necesitaba para lo que Guillermo calificó como la segunda transformación de Extremadura.
Fueron muchas las conversaciones que tuvimos. Guillermo no era el único candidato que el PSOE contemplaba en los momentos de mi retirada. Haber dejado la sucesión sin proponer un candidato hubiera podido provocar una guerra interna que hubiera despojado al PSOE de Extremadura de su acendrada unidad. En esos años de 2007 la izquierda comunista había desaparecido electoralmente y la derecha extrema no tuvo asiento en la Asamblea de Extremadura desde que esta se constituyó en 1983. El PSOE de Extremadura había conseguido abarcar el arco que englobaba a regionalistas y toda la izquierda de Extremadura. La sucesión necesitaba alguien que, además de capitalizar esos votos, pudiera arrancar algo más en el sector del centro derecha extremeño. Así que la preparación que Guillermo había hecho para posibilitar esa responsabilidad, más su imagen de político más moderado que la del que se iba, posibilitó mi propuesta y el voto favorable del Comité Regional socialista encargado de darle su apoyo y confianza.
Yo no enseñé nada a Guillermo en el tiempo en que compartimos la responsabilidad política. Fue él quien trató de aprender. Guillermo aprendió lo que quiso y como quiso. Y bien que se aplicó. En sus primeras elecciones como candidato a la presidencia de la Junta de Extremadura obtuvo para el PSOE el segundo mejor resultado electoral de nuestra historia democrática.
Guillermo tenía suficiente personalidad para decidir su camino en cada momento. Algunas políticas del gobierno de Sánchez no consiguieron dinamitar la estrecha relación que mantuvimos durante años. Hubo discrepancia política, pero prevaleció la amistad, que sobrevivió gracias al respeto que Guillermo tuvo con mi posición discordante. La prueba es que Guillermo y yo, de cuando en cuando, seguíamos con nuestra costumbre de dar vueltas y vueltas a la pequeñísima aldea en algunos sábados ante la atenta mirada de la docena de vecinos que seguramente pensaban que estábamos arreglando el país.
Su fallecimiento ha servido para desmentir aquello que Guillermo dijo en la noche de las elecciones autonómicas últimas: “Habéis hablado y lo que habéis decidido es que yo no siga siendo el presidente de la Junta». “Los extremeños no me han querido y me marcho a mi trabajo de forense”. Parece que se equivocó. ¡Sí lo querían!
Artículo publicado en El Periódico Extremadura y Diario HOY