Los tapabaches

En el momento en que estoy escribiendo este comentario, diversas formaciones políticas se encuentran en pleno proceso de negociación para la investidura de Pedro Sánchez como futuro presidente del Gobierno de España, tras la negativa de Mariano Rajoy para tal eventualidad. Y no me extraña la renuncia de Rajoy porque sólo quienes se han sometido a una investidura parlamentaria saben lo duro y desagradable que supone tal hazaña. Y no digo nada si el candidato sabe desde que sube a la tribuna que la votación está perdida. No hablo de oídas porque, aunque a un nivel inferior, fueron seis las veces que tuve que vivir esa experiencia.

Han leído bien: seis veces, seis legislaturas, veinticuatro años al frente de la Presidencia de la Junta de Extremadura después de haber ganado con mi partido seis elecciones autonómicas consecutivas. Cuando ahora asisto a un acto en el que tengo que ser presentado, el anfitrión lee mi biografía que me obliga, cuando me cede la palabra, a explicar que en veinticuatro años de mandato presidencial nadie tuvo jamás la oportunidad de denunciar a la Junta de Extremadura por sospechas de corrupción de quien ejerció su presidencia durante un tiempo, para algunos, tan prolongado.

¿Por qué digo esto? Porque parece que en las pocas cosas en las que están de acuerdo los negociadores es en conseguir el guarro gordo y barato, es decir, ofrecer a los españoles la posibilidad de contar con gobernantes que no sean políticos profesionales, que estén mal pagados, que se dediquen exclusivamente a la política sin poder compatibilizar su representación con cualquier otro tipo de actividad, con limitación de mandato y con altísima capacidad para llevar adelante la tarea encomendada. Otro día analizaré cada una de esas características o prohibiciones, porque hoy me quiero centrar en la que todos defienden: la limitación de mandatos.

Si se pretende limitar el mandato de quienes se dediquen exclusivamente a la actividad política, abandonando su profesión, es posible que solo puedan dedicarse a esa actividad o el funcionario o el jubilado. ¿O es que alguien cree que, por ejemplo, un médico cirujano podría dedicarse a la política y volver a los ocho años a ejercer la cirugía como si la tecnología no hubiera pasado por los quirófanos españoles? ¿Se piensa que un empresario podría volver a su empresa a los ocho años para intentar ponerla en situación de competitividad con las de su ramo?

Los que piensan que la prolongación de un mandato más allá de 8 años conduce a la corrupción es porque están convencidos de que si tuvieran la oportunidad de ocupar una responsabilidad gubernamental esa sería su fecha límite para ser decente

¿Cuáles son las razones de peso que impidieran que ese cirujano o ese empresario decidieran dedicarse profesionalmente a la política si supieran que a los cuatro años (si pierden las elecciones) o a los ocho (si las ganan) la limitación de mandato pondría fin a esas carreras, independientemente de si el electorado les apoyara en el desempeño de su actividad política y desearan votarles de nuevo en las siguientes elecciones, contradiciendo así el principio democrático de que el inicio o la finalización de un cargo electo debe ser una decisión libre y no impuesta a los electores y potenciales votantes? Ya sé la respuesta: dejar ese cargo y pasar a ocupar otro. No se sabe si también se piensa limitar el mandato de esos otros. Si no va a ser así, qué se explique por qué. Y si va a serlo, ¿dónde se encontrarán políticos que quieran dedicarse profesionalmente a la política y que no tengan inconveniente en cambiar de destino cada poco tiempo, sabiendo las limitaciones y sacrificios familiares que eso conlleva?

Todavía nadie ha sabido o querido explicar las razones de la limitación de mandatos. Intuyo que lo saben pero que no se atreven a decirlo. Viene a mi mente la peregrina idea de aquellos que impedían que hombres y mujeres se mezclaran entre ellos en las aulas escolares o en las piscinas públicas porque intuían que si se producía el roce, el pecado libidinoso aparecería irremediablemente; para ellos, la mujer era fuente de toda provocación. El papa Pío XII dijo en 1954: «Ahora, muchas niñas no ven nada malo en seguir ciertos estilos desvergonzados (modas) como lo hacen muchas ovejas. Seguramente se ruborizarían si tan sólo pudiesen adivinar las impresiones que hacen y los sentimientos que evocan (excitación) en aquellos que las miran.» (17 de Julio, 1954). Por eso se quería impedir que el hombre se mezclara con quienes lo llevaban irremediablemente al pecado. De parecida forma debe interpretarse el pañuelo islámico en la cabeza o cuerpo de las mujeres. Algo parecido debe pasar por la cabeza de los defensores de la limitación de mandatos que parecen creer que quien tenga contacto con el poder político, corre el peligro de corromperse. «Hagamos que estén el menor tiempo posible ejerciéndolo para evitar la tentación», confundiendo el tiempo con la educación. La corrupción no es cuestión de tiempo sino de ética.

Los que piensan que la prolongación de un mandato más allá de 8 años conduce a la corrupción es porque están convencidos de que si tuvieran la oportunidad de ocupar una responsabilidad gubernamental esa sería su fecha límite para ser decente. Nunca lo reconocerán y tratarán de envolver sus inseguridades bajo el argumento de que 8 años es el plazo de tiempo para desarrollar un programa de gobierno. Y así lo creo si quien gobierna se dedica a tapar baches, pero si de lo que se trata es de realizar un proyecto de transformación, el tiempo es ilimitado.

 Leer «Los tapabaches» en el Diario de Sevilla

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