La historia de toda una vida puede conducir a unos a favor de la corriente y a otros en contra de esa corriente.
El Papa Francisco ha seguido esos dos caminos. A favor de la corriente cuando ha entendido y opinado de asuntos internacionales. En contra cuando ha entrado en disquisiciones sobre asuntos que afectan a la vida privada de las costumbres. Progresista en asuntos sociales. Conservador en asuntos relacionados con las costumbres.

Cuando de las guerras se trataba, el difunto Papa no era dudoso en cuanto a sus denuncias y a sus deseos de paz anunciados en voz alta y para todo el mundo. Su desgracia radicó en el hecho de que las guerras actuales, las publicitadas, tales como la invasión de Ucrania por el ejército ruso o la crisis de Gaza con el resultado de tantas miles de víctimas, estaban protagonizadas por dirigentes alejados de la doctrina que anima a la Iglesia vaticana. Ni Putin ni Netanyahu son seguidores de la fe católica. En consecuencia, las denuncias papales caían en saco roto, como se pone de manifiesto en la continuidad e intensidad de ambos conflictos. No cito los ejemplos de las cincuenta guerras que actualmente asolan países y territorios para no evidenciar que el Papa influía poco con su dolor y con sus acusaciones.
En asuntos de costumbres, el fallecido Papa intentó un discurso ambivalente en lo que tienen que ver con nuevas formas de vivir en pareja, nuevas formas de morir, de relacionarse, del papel de la mujer en esa Iglesia o de vivir públicamente la condición sexual de cada cual. Las opiniones emitidas en el día de ayer sobre esas formas de vida ponen de manifiesto que unos entendieron lo que otros criticaron. Del “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?” el Papa pasó a decir que “los niños homosexuales podrían recurrir a la psiquiatría” o a “ya existe un aire de mariconería” en los seminarios. Mantuvo la denuncia de la Iglesia sobre la reasignación de género, que lo consideraba como una violación grave de la dignidad humana al igual que el aborto y la eutanasia, como prácticas que rechazan el plan de Dios para la vida. Ni siquiera en el divorcio mantuvo una posición que le alejara de la mantenida por su antecesor Benedicto XVI. Los cónyuges podrán recibir los sacramentos si se vuelven a casar y “en ciertos casos” también si no cumplen la “continencia” sexual reclamada por la Iglesia. Su aportación a este requerimiento fue la de “admitir que puede ser difícil cumplirlo”.
El Papa Francisco no pudo con las guerras y no pudo con la tradición. Ni siquiera los gobiernos más cercanos a su fe le hicieron caso en el asunto de los inmigrantes. Ahí está Italia sin ir más lejos.
Solo sus ejemplos de alejamiento de la riqueza mundana y vaticana y su implacable denuncia sobre el trato a los inmigrantes le confirieron una nota distintiva respecto a papados anteriores.
En definitiva, Francisco fue un Papa progresista en asuntos sociales y conservador en asuntos de costumbres personales.
Quienes hayan visto la película Cónclave, de Edward Berger, estrenada en 2024, no necesitan que se les explique cómo se desenvolverán los acontecimientos en el Vaticano a partir del anuncio oficial del fallecimiento del Papa Francisco. Serán varias las versiones que darán los expertos relacionadas con su sucesor. Para unos, vendrán tiempos del pendulazo. A un Papa ¿progresista? le sucederá un conservador, según unos. Según otros, le sucederá alguien más defensor de la línea progresista para continuar lo que Francisco dejó para el debate.
Cuando el mundo se inclina hacia la parte más conservadora de la política, no sería extraño que la Iglesia católica siguiera esos pasos y se decantara por una figura más en línea con el pensamiento conservador de la sociedad. Pero no resultaría ninguna sorpresa que la Iglesia cambiara el paso y apostara por una figura que se alineara con la parte más sensata de la sociedad, dejando lo reaccionario para una Iglesia que cada vez más deja de conectar con el pensamiento más libre y democrático de las sociedades occidentales.
El Espíritu Santo tiene la palabra, aunque en la película Cónclave se pone en evidencia a ese Espíritu Santo para dejarnos ver las conspiraciones entre Cardenales que preceden a la nominación final.