Rescatar las ideas

Dice el sondeo de opinión del CIS del mes de julio pasado que los políticos se han convertido en el cuarto problema para los españoles, detrás del paro, la corrupción y el fraude y los problemas de índole económica. El terrorismo ha pasado a ocupar uno de los últimos lugares en el panel de asuntos que molestan o preocupan a los ciudadanos. No dice el sondeo si lo que preocupa son los políticos actuales o los políticos en general. Si fueran los actuales, la solución parece relativamente fácil.
Bastaría con que la ciudadanía se pusiera de acuerdo, saliera a la calle en manifestación y exigiera la convocatoria de elecciones generales, municipales y autonómicas y, con su voto, echarlos a todos y sustituirlos por quienes esa ciudadanía considere oportuno. Cuando ETA era el problema número uno de los españoles, varias veces se salió a la calle en manifestación exigiendo el fin del terrorismo. La protesta en la calle, más la eficacia de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado en colaboración con Francia y bien dirigidas por los gobiernos democráticos han conseguido, si no eliminar, sí minimizar la fuerza del terrorismo etarra, hasta el punto de que ese problema ya ha sido desplazado de los primeros lugares en la preocupación ciudadana. No parece, pues, ninguna tontería aconsejar la movilización contra los políticos para que dejen de ser nuestro cuarto problema, porque quienes se dedican a esa actividad democrática nunca deben ser el problema, sino la solución.

Los políticos se han convertido en el cuarto problema para los españoles. Bastaría con que la ciudadanía saliera a la calle y exigiera la convocatoria de elecciones y, con su voto, echarlos a todos y sustituirlos por quienes se considere oportuno

Pudiera ocurrir, porque no se aclara, que los españoles no consideráramos problema a estos políticos, sino a los políticos en general y, entonces, ya no habría que ir a una manifestación, sino al psiquiatra después de pasar por la tumba de Franco en el Valle de los Caídos. En ese caso no estaríamos ante políticos problemáticos, sino ante una sociedad enferma a la que se le pasó el efecto de la vacunacontra la dictadura que se inoculó el 6 de diciembre de 1978 cuando votó  a un sistema político basado en la libertad.

También, y para facilitar el tránsito, se podía recomendar a los políticos que abandonaran y se marcharan todos a casa en vista de que los ciudadanos no los quieren ni los necesitan. Siempre se ha dicho que un político no estará en su responsabilidad institucional ni un minuto más del que quieran los ciudadanos. Pues bien, los ciudadanos, preguntados en sondeo, opinan que no los quieren, que son un problema para ellos y para el país. Si para terminar con el paro lo que hay que hacer es crear empleo, mucho empleo, parece lógico que para terminar con los políticos lo que hay que hacer es crear dictadura, mucha dictadura, a la manera y forma de la que hemos sufrido los españoles a lo largo de casi todo nuestra historia reciente.

Sé que es disparatado lo que digo pero es lo único que se me ocurre decir ante lo que se oye y se lee. Escuchando algunas opiniones, no se puede evitar exclamar ¿por qué no se afilian? ¿Por qué dejan desprotegidos y aislados a los que sí hicieron el esfuerzo de militar? ¿Qué les costaría acudir a las filas de esos partidos, liderarlos y sacar a España de la quiebra económica y política en la que se encuentra sumida? Deseo imposible porque la mayoría de los ciudadanos que ven a los políticos como el cuarto problema en su escala de preocupaciones sigue a pies juntillas el consejo del dictador Franco que, como saben los de mi edad, aconsejaba a sus ministros que hicieran como él y no se metieran en política.

¿Y qué hacen los políticos actuales ante este estado de ánimo? Han descubierto la pólvora. Han decidido trabajar más, de lo que se deduce que antes se trabajaba menos. Se rebajan el sueldo, de lo que se infiere que antes era alto. Algunos hasta han decidido fijar el número de estrellas que deben tener los hoteles en los que se alojan cuando viajan o la cilindrada del coche que se usa para viajar.

No han entendido nada del mensaje que los ciudadanos envían cuando los consideran el cuarto problema. No parece que se quejen de lo que cobran, ni de lo que trabajan, ni de las vacaciones que disfrutan; menos de los hoteles que frecuentan o de los coches que usan. La queja es porque no saben decirnos cómo vamos a salir de esta situación, qué tenemos que hacer, a qué nos debemos dedicar y cuál es el ejemplo a seguir.

No han entendido nada del mensaje que envían los ciudadanos. La queja es porque no saben decirnos cómo vamos a salir de esta situación. Nos están tomando el pelo a través del lenguaje

Quienes no nos dedicamos a esa actividad tenemos tiempo suficiente para ver y oír a nuestros políticos a través de los medios de comunicación, y la sensación que se puede sacar no es que trabajen poco y ganen mucho, sino que nos están tomando el pelo mediante un lenguaje que consiste en hablar mucho y decir poco o nada. Vean si no a Rajoy en sus comparecencias públicas y el tiempo que emplea para decirnos la pena que le dan los parados y lo que sufre este país por las medidas que ha tenido que tomar y que no le gustan nada. Los españoles no queremos que se nos diga cómo sufren por lo que hacen, sino por dónde seremos capaces de avanzar en una sociedad que no se parece en nada a la del siglo XX y que anda perdida entre virtualidad y realidad.

Si todo dependiera del tiempo que se dedica a ejercer el oficio de político, las cosas tendrían una solución sencilla. Me temo que no es así. Ni una sola universidad española está entre las cien primeras del mundo. Ahí está el problema. Den una oportunidad a los jóvenes. Monten un sistema de capital riesgo de verdad y apoyen su formación, su capacidad y su imaginación. Un gabinete de iniciativa joven desde Moncloa en combinación con las entidades financieras. Ya han rescatado el sistema financiero. Ahora se trata de elaborar un plan de rescate de las ideas y de la juventud española y, con ella, de España.

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