Yo, mi, me, conmigo

Salvo en las elecciones locales en las que los candidatos son muy conocidos por los votantes, a medida que sube la población disminuye el conocimiento del candidato

El presidente de la Xunta de Galicia y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo; el presidente de la Junta de Andalucía y presidente del PP andaluz, Juanma Moreno y la portavoz del PP en el Congreso de los Diputados y futura secretaria general del partido, Cuca Gamarra

De nuevo, una nueva campaña electoral. Esta vez en Andalucía. Y lo hace de manera personalista. Oigan al candidato Moreno o a la vicepresidenta segunda del Gobierno de España y comprobarán que no pretenden liderar un proyecto para un territorio. Puro personalismo. Solo hablan de ellos: Yo, mí, me, conmigo. Y solo yo. Y sola yo.

Los grandes discursos políticos no son aquellos que enumeran todas y cada una de las medidas que se piensan o desean llevar a la práctica si el candidato consigue el gobierno. Winston Churchill, cuando prometió sangre, sudor y lágrimas a los ingleses, no tenía nada, ni para dar, ni para ofrecer. No les contó los aviones que iban a volar los cielos alemanes, ni los antiaéreos que iban a neutralizar las incursiones aéreas enemigas, ni el número de soldados que formarían los batallones para combatir a los alemanes. Solo prometió sangre, sudor y lágrimas para defender la libertad del pueblo británico. No se publicitó como el mejor político frente a los demás. No enumeró una lista de promesas. Ni siquiera dio a conocer el gobierno al completo. Pidió al Parlamento que aprobara la siguiente resolución: “Esta Cámara saluda la formación de un gobierno que representa la determinación unida e inflexible de la nación de continuar la guerra contra Alemania hasta alcanzar una conclusión victoriosa”. Dijo para qué quería ganar la guerra. Completó el gobierno al final de la noche en su despacho. Todos los que se emocionaron con el eslogan, se pusieron de su parte para conseguir lo deseado.

Luther King, no era el mejor de los oradores ni el más activista en la defensa de los derechos de los negros frente a la marginación a la que estaban sometidos en la Norteamérica de mitad del siglo pasado. En la famosa y multitudinaria concentración del año 1963, King no fue el orador principal. De los veinte que tomaron la palabra, el doctor Luther King fue de los últimos. Si su discurso fue el único que ha quedado para la historia lo fue porque no dijo quién era él, ni qué quería hacer para arrasar con la discriminación racial. King emocionó cuando contó su famoso sueño. No dijo qué tenían que hacer quienes tenían capacidad para remediar una injusticia como la que llevaba años cometiéndose contra un grupo de seres humanos por el color de su piel. Luther King arrobó los corazones de sus congéneres sin proclamar una sola promesa. Solo les contó sus sueños: “Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad”. “Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”.

«Ya sabemos que si ganan los contrarios a los que gobiernan, el infierno hará su aparición en esa tierra»

Todos los que se emocionaron con ese sueño siguieron al líder, que no hizo ni una promesa ni ensalzó ninguna de sus cualidades personales. Él estaba en esa lucha para vivir en un oasis de libertad y justicia, donde no contara el color de la piel de los ciudadanos.

Ya sabemos que cada candidato es la mejor, el más guapo, el más apuesto, la más educada, la más radical, el más elegante. Ya sabemos que a su lado los demás son pura filfa. Ya sabemos que si ganan los contrarios a los que gobiernan, el infierno hará su aparición en esa tierra. Y, también, sabemos que con menos serán capaces de hacer más, aunque los adversarios ofrezcan más todavía y, como decía Felipe González: ¡Y dos huevos duros!

Así comienzan casi todas las campañas electorales en España y en la mayoría de las democracias occidentales. Es como si a los ciudadanos no les importara qué se va a hacer con el gobierno en el supuesto de alcanzarlo. Lo importante es saber quién es la persona que requiere la confianza del elector. Salvo en las elecciones locales en las que los candidatos son muy conocidos por los votantes, a medida que sube la población disminuye el conocimiento del candidato. Nadie sabe qué pretende. Solo que dice que va a ganar. Como existen diferentes partidos, cada candidato trata de proyectar la mejor de sus imágenes para conquistar el voto en disputa.

Dicen que la mayoría de los votantes no se leen los programas electorales. Y no es para menos. Páginas y páginas cargadas de promesas que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Juan Manuel Moreno diría lo que dice en Andalucía en cualquier otra parte de España, pero lo que vale para Andalucía no vale para Asturias. Yolanda Díaz trataría de sumar sin importar si son peras o manzanas. 

Tal vez, algún día, en alguna campaña electoral, alguien nos cuente para qué quiere el gobierno.

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