Pactar es la palabra de moda en el vocabulario del perfecto demócrata. Casi nada se sabe de lo que se quiere pactar. Eso sería lo menos transcendente si se supiera, se pudiera o se quisiera explicar el beneficio de la renuncia y los objetivos del consenso.
La Transición española no fue solo el deseo de los españoles por articular una democracia que permitiera vivir juntos a quienes deseaban solucionar pacífica y civilizadamente los conflictos que se generan en una sociedad libre. Fue algo más. Fue la constatación de que una sociedad de excluyentes y excluidos fue capaz de aglutinarse alrededor de un propósito de convivencia, y todo ello como consecuencia de que los excluidos no albergaron en sus corazones ni un gramo de odio, ni transmitieron a sus descendientes ese sentimiento que todo lo destroza.
Quienes ahora, en estas circunstancias, infinitamente mejores que las que acaecieron en los años de la Transición, no son capaces de articular algo positivo a través del diálogo, bien podrían prestar atención a quienes fueron capaces de hablar, sabiendo qué había que hacer y qué había que evitar. Los Pactos de la Moncloa, afrontaron una crisis bastante más complicada que la actual, porque, además, en aquella crisis existía un porcentaje de paro muy superior al actual, con un nivel de protección y subsidios al desempleo que ni mucho menos se parecía al que existe hoy. El índice de inflación era brutal, lo que no impidió pactar en los centros de trabajo subidas salariales por debajo de la inflación existente y prevista. Y no digamos nada del clima de terror que en ese momento se vivía en nuestro país por culpa del terrorismo de ETA y de los Grapo, y que gravitaba enormemente sobre las decisiones que se tenían que tomar en los campos más anecdóticos y secundarios. ¡Y pudimos avanzar! ¡Y supimos acordar!
Y hoy, ¿no es posible hablar? ¿No es posible examinar lo que separa a unos y a otros? ¿No es posible buscar soluciones? Cuando las certezas del siglo pasado se han desmoronado y cuando se está perfilando una nueva sociedad de la que no tenemos ni la más remota idea de hacia dónde se encamina, no resulta creíble que quienes tienen la responsabilidad de liderar al colectivo, y sin tener la menor noción de lo que va a pasar en un futuro inmediato, se nieguen a caminar juntos por unas avenidas que no sabemos hasta donde nos conducirán. Si adivinaran que estamos en la prehistoria de una nueva forma de relación y en una imprevista manera de enfrentarnos a la nueva realidad virtual, seguro que aceptarían de buen grado apoyarse unos en otros para ser capaces de imaginar el futuro.
Pareció que los que decían representar a la nueva política llegaron para probar, para experimentar, para estar predispuestos a aceptar que el 90% de lo que ensayaran, fracasaría, pero que el 10% restante añadiría conocimiento nuevo para ese futuro diferente e imprevisible. Era un espejismo. Solo aspiraban a ganar y, por ello, perdieron atrevimiento y experimentación. Nos contaron que venían de nuevo, pero cuando creyeron que podían tocar poder, se enmascararon de antiguo, de algo ya probado y, creyendo que serían más creíbles, se disfrazaron de partido convencional, copiando lo peor de los defectos que afeaba la imagen de los que venían a sustituir.
El acuerdo se construye hablando, dialogando, escuchando. Pero si lo que único que se hace es vociferar, desacreditar, de una manera u otra, desde un sitio y desde otro, en un sentido o en otro; si solo se piensa en el voto, pero no se habla, no habrá posibilidad de alcanzar entre los demócratas de hoy lo que se consiguió ayer, en la Transición, entre autoritarios y demócratas.
Quedará escrito en la historia de nuestro país que hubo una generación en el último tercio del siglo XX que supo hacer cosas, que quiso la concordia y que consiguió el entendimiento entre quienes volvían a encontrase después de haberse enfrentado violenta e incívicamente. Una generación que modernizó España, que incluyó derechos y libertad para todos. Y la historia dirá que hubo otra generación, en el primer tercio del siglo XXI, que no supo o no quiso hacer cosas en común por falta de políticos intrépidos que nunca estuvieron dispuestos a arriesgar. Creyeron que podían solos y abandonaron la oportunidad de probar. Porque se trata de eso, de probar, de arriesgar, de estar dispuestos a fracasar si el país exige esfuerzos y entendimiento.
El problema es que la altura moral , intelectual, cultural de los políticos de la transición , es inalcanzable por la mediocridad , falta de cultura y de preparación de los llamados políticos de hoy día . Los políticos de la transición , tenían un proyecto común , la salvaguarda de la Constitución y de los derechos subjetivos fundamentales. Los políticos de hoy son como los políticos de ayer , los que propiciaron la llegada de la dictadura. Confiemos que recuperemos algún día el espíritu de la transición.
Bien por la generación del tercer tercio del xx,incluido yo
Olvidamos la palabra odio
Mi primera subida de sueldo fue del 22% y no me llegaba
Viví 9 años de alquiler y puedo seguir
Especialmente tengo muchos amigo de esa época…..