Recientemente, Manuel Cancio Meliá, catedrático de Derecho Penal en la Universidad Autónoma de Madrid y vocal permanente de la Comisión General de Codificación, escribió un artículo en un diario de tirada nacional referente al balance jurídico y político de la ley de amnistía. Su artículo concluía con la siguiente pregunta: “Pero ¿había que tirar de todo de lo que se tiró? Sin culpabilizar a nadie concretamente: la reacción del Estado, usando la fuerza y recurriendo a los instrumentos más pesados del Código Penal, fue un error. Reconozcámoslo y sigamos con nuestra vida”.
¿Cómo pudimos creer que los independentistas atacaban el artículo 2 de la Constitución, cuando solo estaban realizando una alteración del orden público?
En mis tiempos de juventud, luchar por la libertad de expresión era sinónimo de progresismo. Un país o una organización se apellidan democráticos si los miembros que forman parte de los mismos gozan de la libertad de expresión. Y esa libertad solo existe si puede ser ejercida por el discrepante sin cortapisas, salvo las establecidas por ley. Por eso en países como en China, en Corea del Norte o en Cuba, la libertad es solo una palabra sin efectos en el conjunto de la población.
Si los magistrados germanos fueran testigos de lo que ocurre en España, se darían cuenta de que la violencia que ejercen los separatistas catalanes está doblegando la voluntad de quienes antes sostenían una posición diferente.
Me resulta difícilmente comprensible la adjetivación de cualquier sustantivo, cuando a este se le añade la palabra político o política. ¿Qué añade a conciencia, vergüenza, valentía, presupuestos, coraje, salida… la adjetivación de política o político? Si acaso, se pretende reducir esos conceptos al ámbito de los políticos en ejercicio, se está cometiendo un reduccionismo incomprensible. O es que acaso alguien piensa que quienes se dedican a la política son poseedores de una conciencia, vergüenza, valentía o coraje distintos a los que posee el común de los ciudadanos. En las demás actividades de la vida —y la política es una de ellas— no se habla de esas virtudes adjetivándolas, ni de presupuestos caseros, médicos, escolares, universitarios o futbolísticos. Nadie dice que los presupuestos del Real Madrid o los del Barça son futbolísticos. ¿Por qué, entonces, se añade a los presupuestos de cualquier Gobierno el adjetivo “político”?